Leí El dolor paraguayo en la edición de Biblioteca Ayacucho que incluye el interesante prólogo de Roa Bastos (Caracas, 1978).
Como siempre que leemos a Barrett, son compilaciones de publicaciones en periódicos. Esta es la más célebre, cuya primera versión apareció en 1911, a meses de la muerte del autor. Incluye la célebre seguidilla de artículos-denuncia "Lo que son los yerbales" (la que, según confiesa Roa Bastos en el prólogo, dio materia al capítulo "Éxodo" -tal vez el mejor- de Hijo de hombre), algunos pequeños relatos, casi cuentos, que me parecieron muy bellos ("De cuerpo presente", "La inundación", "El leproso" y "La enamorada"), la parábola sorprendentemente deleuzeana llamada "El progreso", que comienza con pedagogía anarquista básica y de a poco sorprende con una especie de abstracción de lo maquínico: "El Universo" dice Barrett "las plantas, los animales y los hombres, fueron otras máquinas. Una máquina es una unidad" (201) y en seguida: "La realidad es lo que las máquinas opinan. No hay sino el rodar desmesurado y eterno de la máquina, el rodar mortal en que la razón humana no sabe si es la honda o es la piedra. Y la humanidad se hace máquina ella misma (...) cada hombre será una rueda y su deber consistirá en un engranaje (...) La máquina fue quien mató a los monarcas y a los dioses: el movimiento mata a lo inmóvil y lo que trabaja mata a lo imposible" (203)
Hay, también, un pantallazo a la miseria argentina en tres artículos bastante sólidos, y las conferencias a los obreros paraguayos: "La tierra", "La huelga" y "El problema sexual", que tienen la virtud de dar una idea del tipo de pragmatismo que ensayaba Barrett, frente al problema de la bajada a tierra de la teoría, de la difusión y la divulgación en estructuras socio-económicas de arraigada tradición de embrutecimiento. En un ensayo de 1907, Barrett lo planteaba así:
"Universitarios que proyectáis regeneraciones, retóricos del sacrificio, abandonad esa colmena central y dispersaos por los modestos rincones de vuestro país, no para chupar sus jugos a los cálices ingenuos, sino para distribuir la miel de vuestra fraternidad. Talentos generosos, prosperad todavía: haceos maestritos de escuela, curitas de aldea; acudid a la simple faena cotidiana, y en las tardes transparentes, a la vuelta del surco, hablad al oído a vuestros hermanos que sufren, ¡que sufren tanto que no saben que sufren! Pero si no hay amor en vosotros quedaos en la colmena y dedicaos a la política. Vuestra solicitud sería la postrera y peor de las plagas." (10)
Y están, también, las hermosas páginas sobre el perro, que incluye de repente y sin solución de continuidad en esa especie de "causerie leída" (189) que es "El progreso" (spoiler: "el progreso no existe", p. 196), y que extrae, en primer lugar, de Materlink
"Nadie ha hablado del perro tan profundamente como Maeterlink. Escuchad: 'El hombre ama al perro, pero lo amaría más si considerara, en el conjunto inflexible de las leyes de la Naturaleza, la excepción única de este amor que consigue atravesar, para acercarse a nosotros, los tabiques en todo otro lugar impenetrables que separan las especies. Estamos solos, absolutamente solos sobre este planeta de azar, y entre todas las formas de la vida que nos rodean no hay una, fuera del perro, que haya hecho alianza con nosotros. Algunos seres nos temen, la mayor parte nos ignoran y ninguno nos ama. Tenemos, en el mundo de las plantas, esclavas mudas e inmóviles, pero nos sirven a pesar suyo. Soportan simplemente nuestras leyes y nuestro yugo. Son prisioneras impotentes, víctimas incapaces de huir, pero silenciosamente rebeldes, y en cuanto las perdemos de vista se apresuran a hacernos traición y vuelven a su libertad salvaje y malhechora de otro tiempo. Si tuvieran alas las rosas y el trigo, huirían a nuestro paso como huyen los pájaros. Entre los animales contamos algunos servidores que no se han sometido sino por indiferencia, por cobardía o por estupidez: el caballo, incierto y poltrón, que no obedece más que al dolor y que no toma cariño a nada; el burro pasivo y tristón que no se queda junto a nosotros sino porque no sabe qué hacer ni dónde ir, pero que guarda, sin embargo, bajo el garrote o bajo la albarda, su idea detrás de las orejas; la vaca y el buey, felices con tal de comer y dóciles porque desde hace algunos siglos no tienen un pensamiento suyo; el carnero aturdido que no tiene otro dueño que el espanto; la gallina fiel a su corral porque en él se encuentra más maíz y más afrecho que en el bosque próximo. No hablo del gato, para quien no somos más que una presa demasiado grande e incomible, del feroz gato cuyo oblicuo desdén no nos tolera sino como parásitos incómodos en nuestro propio domicilio... al menos nos maldice en su corazón misterioso, pero todos los demás viven al lado de nosotros como vivirían al lado de una peña o de un árbol. No nos aman, no nos conocen, nos notan apenas. Ignoran nuestra vida, nuestra muerte, nuestra partida, nuestro retorno, nuestra tristeza, nuestra alegría, nuestra sonrisa. No oyen siquiera el sonido de nuestra voz desde que no los amenaza más, y cuando nos miran es con la turbación desconfiada del caballo, por cuyo ojo pasa todavía el enloquecimiento del ciervo o de la gacela que nos ven por vez primera; o con el yerto estupor de los rumiantes que no nos consideran sino como un accidente momentáneo e inútil a su paso... Y en esta indiferencia y en esta incomprensión total en que permanece todo lo que nos rodea, en este mundo incomunicable donde todo tiene su objeto herméticamente encerrado en sí mismo, donde todo destino está circunscrito en sí, donde no hay entre los seres otras relaciones que las de verdugos a víctimas, de comedores a comidos, donde nada puede salir de su esfera estancada, donde la muerte sola establece crueles lazos de causa a efecto entre las vidas vecinas, donde la más ligera simpatía no ha dado jamás un salto consciente de una especie a otra, sólo, entre todo lo que respira sobre esta tierra, un animal ha logrado romper el círculo fatídico, evadirse de sí para saltar hasta nosotros, franquear definitivamente la enorme zona de tinieblas, de hielo y de silencio que aísla cada categoría de existencias en el plan incomprensible de la Naturaleza. Este animal, nuestro buen perro familiar, por sencillo y poco asombroso que nos parezca hoy lo que ha hecho, al acercarse tan sensiblemente a un mundo en el cual no había nacido y para el cual no estaba destinado, ha cumplido, sin embargo, uno de los actos más insólitos y más inverosímiles que podamos encontrar en la historia general de la vida'. Hay que decir aún más: no es sólo la vida lo que tocamos en la mirada del perro, no es sólo con una especie con la que comunicamos, sino con todas las especies, las plantas, la tierra, los astros. No es la inteligencia de nuestro amigo, muy inferior a la de la hormiga, lo que le ha designado para su anunciación extraordinaria; es otra cosa. Está en sus ojos la probabilidad de que la Naturaleza no nos es adversa; en ese fulgor fugitivo luce una esperanza. Para el que se ha inclinado una vez sobre esas pupilas hímedas, no es un sueño vano la unidad del Universo" (198 y 199)
El tema del amor es muy importante en Barrett. Y esto, cuando suma belleza a sus páginas, es complementario y productivo. Barrett es uno de esos escritores que con sólo leerlos ya hace a uno escribir mejor. ¿Molestará a los amigos anarquistas si digo que leemos a Barrett como leemos a Proust o a Copi? Quiero decir, como a un virtuoso de la sintaxis, un malabarista del diccionario. Su labor periodística, dejando de lado sus investigaciones sobre los yerbales, nos dejan más o menos indiferentes. Y su planteo político está fundamentalmente anclado a las esperanzas de una época, con toda la ingenuidad y furia del que no ha tenido noticias aún de los soviets, del repliegue keynesiano, de la burguesía, de las traiciones de la guerra civil española, etc. Pero esta imposibilidad de llegarnos por el lado teórico acentúa el mérito de llegarnos por el lado estético. Seguimos leyendo a Barrett, y seguimos disfrutándolo, y está bueno que quede flotando la pregunta (si quieren, el debate) del por qué.
Tomado en su totalidad, el libro es bastante irregular. Particularmente todos aquellos artículos en los que Barrett ensaya tipologías y sociologías son muy inferiores a los de propaganda (las conferencias) o devaneo ("El progreso"). Si uno quiere Barrett redondo y pura magia, es mejor leer A partir de ahora el combate será libre (Buenos Aires, Madreselva, 2008).
No hay comentarios:
Publicar un comentario