Dick, Philip K. El hombre en el castillo [1962] Buenos Aires, Minotauro, 2016
Una rara novela, con permanentes puestas en abismo del tipo que se me antoja comparar con las que hace Carpenter en In the mouth of Madness (1994). En efecto, el eje articulador de la historia es un desfasaje: si (A) es el mundo real, desde el que el lector se enfrenta a la lectura, y (B) es un mundo posible, una realidad alternativa en la que suceden los hechos, dentro de ellos aparece un (A'), en el cual el Eje no ganó la 2da gran guerra[1]. Pero la inteligencia del autor se percibe en la construcción de las diferencias entre ese (A') y (A), que con alguna ingenuidad uno podría esperar equivalentes. Por lo demás, avanzando las páginas, recorrido el 75% de la novela uno se pregunta cómo hará Dick para cerrar semejante cantidad de líneas argumentales. Sucede que no se trata tanto de eso (de una historia o historias) sino de un juego de hipótesis (cómo sería si...), y particularmente una serie de hipótesis socio-culturales de influencia recíproca entre el Eje victorioso y la norteamérica derrotada. Hipótesis acerca del destino de África, del implante de ideas y valores nipones en la costa Oeste, etc. Supongo que el valor del libro se proyecta principalmente en esos juegos especulativos. Sobre el final, entre diferentes epifanías más o menos incomprensibles (parece de a ratos un momento novelesco de Amos Oz, o de Sartre), una se destaca: aquella en la cual se sostiene que la ficción especulativa no hace más que desplegar hipótesis acerca del mundo en que se vive:
"¿Qué había querido decir Abdensen? Nada acerca del mundo imaginario que él describía. ¿Y era ella, Juliana, la única persona que se había dado cuenta? Sí, casi podía asegurarlo. Ningún otro había entendido realmente La langosta; todos creían haber entendido (...)
Abendsen les hablaba del mundo en que vivían, pensó mientras abría la puerta del cuarto del motel, de lo que estaba alrededor. Encendió de nuevo la radio. Abendsen quería que viesen cómo era. Y ella lo veía ahora, cada vez más claramente" (p. 252 de la edición de booket que leí)
Semejantes conclusiones (luego legitimadas por el i ching) revelan la contraparte de las ideas con las que se abre el libro, acerca de la nadería de toda historicidad, del fraude de todo Sentido de la Historia. El encendedor que tuvo en su bolsillo Roosevelt y el Colt que se disparó en el siglo XIX son diferentes de un encendedor que no haya tenido Roosevelt y de un Colt no usado. Sin embargo, aquello en lo que son diferentes es la mentira misma, la falsedad constituyente del valor, la mercancía, que en su singularidad insustancial vuelve locos a los japoneses ricos que dominan américa (70, 71 y 227). Algún tipo de satori, en esa dirección, ha de ser posible. Piensa, por ejemplo, el Sr. Tagomi, resumiendo todo lo anterior: "De acuerdo con la ley de economía nada se perdía, ni si quiera lo irreal." (240). Como un insistente ataque espiralado, Dick apunta una y otra vez al mismo fenómeno: la razón del espacio de contacto entre su ficción y las otras ficciones, incluyendo la realidad.
[1] Releyendo el texto, noto que no es posible comprender esa afirmación sin haber leído la novela.
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