Dillon, Marta (2018) Aparecida. Buenos Aires, La página.
Marta Dillon, a quien usualmente conocemos como periodista y activista (primero en H.I.J.O.S. y después en el suplemento feminista de página/12) inscribe este documento en los enmarañados anaqueles de la biblioteca (ya) imposible de las identidades. Allá por el 2011, días antes de casarse con la Carri (a quien acompañaba por España en su tour de premios por todos lados) a Dillon la llamaron para avisarle que identificaron los restos de su madre (que también se llamaba Marta -Taboada- como para insistir, para hurgar en la herida que es cualquier identidad, y aún más las atravesadas por la urgencia del drama y de la historia). Aparecida plantea un universo de anécdotas pero sobre todo de pensamientos, reflexiones, imprecaciones, impugnaciones, elegías y loas, en forma de brevísimos fragmentos hilvanados en serie caprichosa, suscitados por un tránsito de muerte: de la desaparición a la última cremación, pasando por una sinuosa trayectoria de inhumaciones, recuperaciones, desesperaciones, resignaciones, averiguaciones, olvidos, aciertos, esperanzas, y entrelazado a (o mejor entrelazando) todo: una vida, la de Marta.
Marta, como Albertina (ayer me señalaron también a Bruzzone, pero aún no lo leí), trabajan sobre la tensión producida entre un imperativo histórico y un deseo desubjetivante (o sea, entre una línea molar y una de fuga), que proyectan su antagonismo sobre la fértil ficción de la identidad. Entonces, si la pregunta es ¿cómo (escapar de) ser un hijo de desaparecido? la respuesta invariablemente remite a la irreverencia, al humor negro, al cinismo amargo, resentido y burlón (como las consabidas pelucas y los playmobils de Carri)
"Todavía ahora Josefina declara que quiere los huesos. 'Aunque sea unos huesos de pollo' suele decir y de tanto decirlo lo terminó escribiendo en una nota y supo del horror que podía generar su deseo desbocado, su irreverencia, la distancia que hay entre nuestra complicidad de Hijas y el resto del mundo" (58, nótese la mayúscula en "Hijas")
Un símil plástico y chocante -que viene a cuento de otra cosa-, puede servir de muestra de la forma en que aquella herida (pero también la forma de vivir con, contra, más allá de, o junto a esa herida. en fin ¿se trata de encontrar una preposición?) deja su marca en todo el lenguaje de Marta (esto es: en toda su vida): "eufórica como una amputada que aprende a correr con su prótesis" (178)
En el detalle ampliado, siempre aparece el tema de la decisión de vida (esto está también en el film de la Oreiro Infancia clandestina). Aunque Taboada se haya jugado por un mundo mejor y, en ese sentido, indirectamente, por sus hijos y nietos futuros, en cierto otro sentido -acaso más real, sin dudas más inmediato en la economía afectiva y en la percepción personal- tomó esa decisión por sobre la de ser una madre viva y presente. En la narración de la muerte de su padre, muchos años después Marta se pregunta por él, pero también se está preguntando por su madre:
"¿O no creía [yo] en algún lugar inconfesable que él había elegido su vida por sobre la de ella? Auqnue hubiera pensado en nosotros, aunque hubiera querido protegernos; ella también lo había hecho." (143)
Tal vez la reflexión toma forma (o se anima Dillon a ponerla en palabras) justamente porque la construcción identitaria histórica entra en crisis. ¿Qué pasa con un hijo-de-desaparecido cuando encuentran el cuerpo de su padre? ¿Deja de ser un H.I.J.O.S.? ¿debe acompañar desde un nuevo lugar? ¿debe sentirse diferente? y si es así, ¿exactamente cuán diferente? ¿diferente cómo? En esto, en todo esto, la angustia de perder tu familiar en la represión ilegal contra su vida militante no es lo mismo que la angustia de perder a tu vieja cuando estás entrando en la adolescencia y en la etapa de descubrimiento de tus regularidades, de tus deseos, de tus juegos de vida. Una etapa se termina con la identificación de los restos, pero la otra no. ¿cómo expresar todo esto?
"¿Qué se creían los que me invitaban a hacer el duelo? 'Por fin, por fin vas a poder hacer el duelo.' ¿Y entonces qué? ¿Tendría que extirparme la melancolía como un quiste? ¿Levantar con un trapo la lecha derramada y enjuagarlo con mis lágrimas ya perimidas? ¿Ponerme contenta? No estaba contenta sino rabiosa." (51)
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