martes, 7 de febrero de 2012

[corpus] la paranoia como forma de vida I



Otra figura, bien conocida de la novela policíaca, podría llamarse el milagro del indicio: el indicio más discreto es el que, en último término, permite descubrir el misterio. Aquí aparecen implicados dos temas ideológicos: de una parte, el poder infinito de los signos, el sentimiento pánico de que los signos están en todas partes, de que todo puede ser signo; y de otra parte, la responsabilidad de los objetos, en definitiva tan activos como las personas: hay una falsa inocencia del objeto; el objeto se oculta detrás de su inercia de cosa, pero en realidad ello es para mejor emitir una fuerza causal, que no se sabe si procede de sí mismo o si tiene otro origen.
Encontramos el segundo tipo de relación que puede articular la estructura del suceso: la relación de coincidencia. En principio, la repetición de un hecho, por anodino que sea, es lo que le designa a la notación de coincidencia: una misma joyería ha sido atracada tres veces; la dueña de un hotel gana en la lotería cada vez quie juega, etc.: ¿por qué? En efecto, la repetición siempre mueve a imaginar una causa desconocida, hasta tal punto es cierto que, en la coincidencia popular, lo aleatorio siempre es distributivo, nunca repetitivo: se supone que el azar cambia los hechos; si los repite es porque quiere significar algo por medio de ello: repetir es significar; esta creencia (*) es el origen de todas las antiguas artes adivinatorias; desde luego, en nuestros días una repetición no evoca abiertamente una interpretación sobrenatural; sin embargo, incluso degradada al rango de "curiosidad", no es posible advertir la repetición sin pensar que posee un cierto sentido, incluso si este sentido queda en suspenso: lo "curioso" no puede ser noción neutra, y por así decirlo inocente (excepto para una conciencia absurda, y éste no es caso de la conciencia popular): institucionaliza fatalmente una interrogación. (...)



Así, siempre que aparece solitariamente, sin complicarse con valores patéticos que, en general, dependen del papel arquetípico de los personajes, la relación de coincidencia implica una cierta idea del Destino. Toda coincidencia es un signo a la vez indescifrable e inteligente: en efecto, si los hombres acusan al Destino de ser ciego, es debido a una especie de transferencia, cuyo interés es totalmente evidente: el Destino es, por el contrario, malicioso, construye signos, y son los hombres los que son ciegos, impotentes para descifrarlos. Si unos ladrones abren la caja fuerte de una fábrica de sopletes, esta notación en último término sólo puede pertenecer a la categoría de los signos, ya que el sentido (si no su contenido, al menos su idea) surge fatalmente de la conjunción de dos contrarios: antítesis o paradoja, toda oposición pertenece a un mundo deliberadamente construido: un dios vigila detrás del suceso.

Se trata pues probablemente de un fenómeno general que desborda en mucho la categoría del suceso. Pero en el suceso, la dialéctica del sentido y de la significación (**) tiene una función histórica mucho más clara que en la literatura, porque el suceso es un arte de masas: su papel es verosímilmente preservar en el seno de la sociedad contemporánea la ambigüedad de lo racional y lo irracional, de lo inteligible y de lo insondable; y esta ambigüedad es históricamente necesaria en la medida en que el hombre aún necesita signos (lo cual lo tranquiliza) pero necesita también que esos signos sean de contenido incierto (lo cual lo irresponsabiliza): puede así apoyarse, por medio del suceso, en una cierta cultura, ya que todo esbozo de un sistema de significación es esbozo de una cultura; pero al mismo tiempo, puede llenar in extremis esta cultura de la naturaleza, puesto que el sentido que da a la concomitancia de los hechos escapa al artificio cultural permaneciendo mudo.

1962, Médiations [1]

(*) Creencia oscuramente conforme con la naturaleza formal de los sistemas de significación, dado que el uso de un código implica siempre la repetición de un número limitado de signos.
(**) Entiendo por sentido el contenido (el significado) de un sistema significante, y por significación, el proceso sistemático que une un sentido y una forma, un significante y un significado.

[1]Barthes, Roland, "Estructura del suceso" en Ensayos críticos, Barcelona, Seix Barral, 1983 (citado en Link, Daniel [comp.] El juego de los cautos. Buenos Aires, La Marca, 2003, pps. 129 y 130 - Mirror)


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Y hay, por fin, un texto extraordinario, que me parece el más político de Borges, "La Lotería en Babilonia", donde es el Estado el que organiza una vasta maquinación para determinar la experiencia de vida de los sujetos a través de sorteos periódicos. Las personas están capturadas por un Estado que funciona bajo la forma de una lotería que incluye a toda la población, y poduce premios que empiezan siendo económicos y luego se convierten en formas de vida. (...) Las vidas posibles, las experiencias privadas son manipuladas por una vasta conspiración invisible manejada por el Estado. El destino es deliberado, el azar anula cualquier decisión personal. (...)

Obviamente, La República es un texto básico en la constitución de lo que podríamos llamar la utopía estatal, el modelo del Estado perfecto. Y, a la vez, es un texto fundador de lo que entendemos como la construcción de la realidad desde el Estado. (...)

Es necesario [escribe Platón] que las mujeres y los hombres mejores tengan relaciones asiduas y que por el contrario estas relaciones sean poco frecuentes entre los individuos inferiores de uno y otro sexo. Para resolver esta cuestión se tendrán que hacer pues ingeniosos sorteos de modo que el individuo de clase inferior eche la culpa a la mala suerte en cada aparejamiento, pero no a los gobernantes.

Como ven, es una concepción conspirativa total: el complot es el mundo social mismo. (...) lo extraordinario es que Platón señala que el Estado va a hacer trampa. (...) Borges lleva al extremo la idea de que el Estado manipula el azar y tiende a convertir en determinación aquello que puede ser considerado arbitrario. (...) En el ejemplo límite del control estatal, el Estado es el gran conspirador que manipula y ordena las relaciones sociales.[2]

[2]Piglia, Ricardo. Teoría del complot. Conferencia dictada el 15 de julio de 2001 en la Fundación Start de Buenos Aires. Desgrabación de Guadalupe Salomón.


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Vivir afuera determina la distancia y la relación entre, por ejemplo, “Help a él” y Los pichiciegos. Pero también, la novela determina la distancia y la relación entre las investigaciones high-tech sobre el sida y los cultivos clandestinos de marihuana en la provincia de Buenos Aires. Vivir afuera quiere decirlo todo y en ese impulso heroico encuentra su grandeza. ¿Una explicación sociológica de la realidad? “No se te escapará que mi novela no tiene ninguna capacidad de diagnóstico. En todo caso, me gustaría saber si Vivir afuera es comparable con Respiración artificial”, contesta Fogwill a esa pregunta ominosa. La referencia a esa novela emblemática de la década del 80 no es casual y mucho menos lo es la elección de Ricardo Piglia, su autor, como bête noire apenas camuflado en Vivir afuera: Emilio –como Renzi, personaje y pseudónimo del propio Piglia– Millia es el que está del otro lado del espejo en el que Wolff –el Fogwill ficcional– se mira todo el tiempo.
Si Respiración artificial fue leída como la novela de los 80, no fue tanto por su capacidad para explicar la realidad sino porque la máquina paranoica que ponía en marcha servía como espejo de un estado de la imaginación (o de la conciencia social). (...)

Vivir afuera quiere ser tan definitiva como Respiración artificial y, tal vez por eso, adopta un punto de vista paranoico sobre la realidad y sobre la ficción. Los seis personajes de la novela –cada uno asignado a un lugar social bien diferente, como se ha dicho– convergen precisamente en el ojo vigilante de los servicios de inteligencia (estatales o privados) que monitorean todas las conversaciones y registran todos los intercambios.

La política sanitarista sobre el sida es errónea, equivocada. Por eso es ineficaz. Lo único que consiguen los tipos que las hacen es demostrar cómo el capitalismo transforma todo (desde la guerrilla colombiana hasta una enfermedad) en fuente de negocios. Las mismas causas de ineficacia de la política sanitarista fundamentan la ineficacia de los servicios de inteligencia (demostrada por el caso Yabrán, entre otros). Los dispositivos de control en una sociedad de nuestras características requiere de dispositivos burocráticos. Y el objetivo de toda burocracia es reproducirse a sí misma, se trate de la burocracia sanitaria o de la burocracia de los servicios [dice Fogwill]
(...)


La hipótesis paranoica sobre la realidad que desarrolla su novela (no muy diferente, a esta altura del partido, de la de Los expedientes X) le sirve a Fogwill no tanto para “diagnosticar” la realidad sino como dispositivo narrativo. Así como en un hipotético archivo policial se guardan todas las conversaciones (las que importan y las que podrían llegar a importar en juegos futuros de la política o la economía), Vivir afuera reproduce esa lógica de archivo y recuperación: todas las voces importan, aun las que traen al libro la obscenidad y las malas lenguas, las lenguas de lo bajo y de lo impresentable (...) [3]



[3]Link, Daniel. "Seis personajes en busca de un autor", suplemento libros de Página 12, 10 de octubre de 1999 (mirror)



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