Preciado, Paul (2014) Testo yonqui: sexo, drogas y biopolítica. Buenos Aires, Paidós.
Al empezar este libro administrándome testosterona (en lugar de comentando a Hegel, Heidegger, Simone de Beauvoir o Butler), he querido decapitarme, cortar mi cabeza modelada con un programa cultural de género, seccionar una parte del modelo molecular que me habita. Este libro es la huella que deja ese corte.
0. Podríamos considerar una serie de gestos y actitudes, que seguramente habría que emparentar con Benjamin, que comenzó por cuestionar los límites entre teoría y praxis y terminó por postular la necesidad de una teoría que sea, al mismo tiempo, una ética y una praxis. Hacer pasar por el cuerpo -como tal vez diría Deleuze- los enunciados. Conjugar vida y obra en un conjunto desdiferenciado. De manera que, así articulada, la diferencia entre vivir y escribir, o entre actuar y pensar (pero también entre teoría y ética) se fuera diluyendo. Hoy leemos con un protocolo similar a ese a Guevara y a Walsh, aunque tal vez ellos no se hubieran leído de esa manera a sí mismos: es posible poner el cuerpo al servicio de las ideas sin por esto cuestionar la división entre uno y otras. Todos los mártires serían, así, sujetxs que hicieron de sus cuerpos un campo de batalla y laboratorio de experimentación de sus ideas. Otra cosa muy diferente sería poner el cuerpo a pensar, o bien hacer a las ideas respirar, sangrar, psicoactivar.
Estas vagas impresiones se me han ido presentando de manera desordenada y confusa a medida que trataba de dar nombre a las operaciones que Daniel Link desarrolla hace ya un tiempo, y particularmente cuando quise escribir una reseña de Suturas (Eterna Cadencia, 2013) para la revista Instantes y Azares. Y ciertamente volvieron a aparecer, o las tuve que retomar, cuando leía Testo Yonqui, de Preciado[1].
1.
"Mi vida está hecha de circulaciones entre distintos lugares que son al mismo tiempo centros de producción de discursos dominantes y periferias culturales. Transito entre tres lenguas que ya no considero ni mías ni extranjeras. Incorporo una condición bollo-transgenérica, hecha de múltiples biocódigos, algunos de los cuales son normativos, otros son espacios de resistencia y algunos posibles puntos de invención de subjetividad. En cada caso se trata de medioambientes artificiales, islas sintéticas de subjetivación injertadas en el tejido sexo-urbano dominante" (85)
¿Cómo inteligir este "yo" que habla en Testo yonqui? Ricardo Piglia definía "ficción" como un texto del que se puede decir que quien habla no existe. Preciado considera "políticas" a las micromutaciones fisiológicas y plantea que no le interesan sus propios sentimientos en tanto que individuales sino en todo caso por lo que de social, teórico y político hay en ellos (15, 16). Y niega el carácter de "autoficción" (que imagino que asocia a esos experimentos que llamamos "literatura del yo, título que también Piglia rechazaba), aunque acepta sin problemas el título de ficción. Es que Preciado sabe que no solo la Historia es una ficción: también la identidad, el yo y hasta el mismo cuerpo (el propio, el colectivo, cualquier cuerpo) son ficciones.
2.
"Antes pensaba que solo los que éramos como yo estábamos bien jodidos. Porque no somos ni seremos nunca ni mujercitas ni héroes de Río Grande. Ahora sé que en realidad todos estamos bien jodidos, no seremos nunca ni mujercitas ni héroes de Río Grande" (102)
Planteado lo anterior, revisemos la textura de estas ficciones. Testo yonqui va cruzando al menos dos series textuales. En los primeros capítulos estas dos series son diferenciables con algún grado de nitidez. La primera serie presenta la experiencia íntima y pública de una prolongada "intoxicación" con testosterona. Ansiedades y angustias, conciertos y desconciertos de unx filósofx contemporánex en lo que se puede llamar transicionar pero que en definitiva es un juego de desconocimientos y reconocimientos, de esquizofrenia controlada y auto-anagnórisis técnicamente (y en particular químicamente) intervenida[2].
En esta primera serie, estilísticamente, Testo yonqui se emparenta más a Burroughs que a cualquier conjunto tradicional de ensayistas o filósofxs. Acaso podríamos postular una constelación de ficciones teóricas malditas, como las de Sade y Symns. Antes o después de una hipótesis sobre la heroína y la testosterona, o sobre las relaciones entre capitalismo y reproducción puede aparecer la fórmula esquizo que permite sostener el texto en perpetuo des-agenciamiento: "Todo esto puede ser un delirio mío, el efecto en mi cerebro de un exceso de lectura endocrinológica o simplemente el modo en que uno de los circuitos hormonales de nuestro tejido político funciona en realidad. Quizá me estoy volviendo loco o quizá estoy poseída por tu espíritu." (179)
La segunda serie configura un recorrido que alterna el registro sociológico, el filosófico y el histórico, sobre las distintas dimensiones del capitalismo tardío que nos toca vivir, que Preciado llama Farmacopornográfico, en interlocución con quienes llama "teóricos del posfordismo" (Virno, Hardt, Negri, Corsani, Marazzi, Moulier-Boutang, etc) (36).
Vale la pena mencionar que el volumen incluye algunas valiosas páginas pedagógicas, para nuestros conocidxs más limitados que todavía no tienen idea de qué es, ni para qué se inventó ni cómo evolucionó el derrotero del concepto de género (29-36[3]) o qué entiende la medicina burócrata actual por masculinidad y femineidad (por ejemplo en p. 55), o en qué contexto el siglo XIX produjo las sexualidades y las identidades sexuales (63 y ss., con un repaso Foucault-Witig-Butler). En una nota más amable, hay una interesante aproximación a los debates por el deporte profesional y la prostitución, tratando de esquivar las simplificadoras lecturas moralistas que suelen abrumar este intercambio (216-223).
3. La hipótesis principal de Testo yonqui plantea la "entrada del cuerpo autopornográfico como nueva fuerza de la economía mundial" (38), siempre siguiendo muy de cerca la histórica relación entre cuerpos pornificados y grado de opresión (45). Plantea que el verdadero motor del capitalismo actual sería "el control farmacopornográfico de la subjetividad, cuyos productos son la seratonina, la testosterona, los antiácidos, la cortisona, los antibióticos, el estradiol, el alcohol y el tabaco, la morfina, la insulina, la cocaína, el citrato de sidenofil (Viagra) y todo aquel complejo material-virtual que puede ayudar a la producción de estados mentales y psicosomáticos de excitación relajación y descarga, de omnipotencia y de total control." (39) [4]. Redefine lo femenino en relación con la fuerza orgásmica convertible en mercancía, rehistoriza la patologización de la masturbación como condición de posibilidad de un régimen así concebido (44), plantea que no hay pornografía sin vigilancia y control farmacológico paralelos (47) y discute la paternidad y la maternidad como pulsiones entre el nazismo eugenésico y la reproducción compulsiva (181)
5.
"El deseo, el sexo, el género se parecen, en realidad, a la información como sistema semiótico encarnado (Haraway). Son código vivo. Como la información, desafían a la propiedad, porque mi posesión de una pieza (de información, de deseo, de sexo, de género) no te desposee a ti de ella" (210-211) [6]
Los desarrollos y las conclusiones son todos muy interesantes aunque, también hay que decirlo, pareciera que su capacidad para describir la realidad disminuye drásticamente al alejarse de los centros metropolitanos de Europa, Japón, Estados Unidos o Canadá. El núcleo teórico del libro lo encontramos a) en las últimas páginas del capítulo 6, "Tecnogénero", en que traza una línea desde los orígenes de los estudios de género hasta su variación pos-butleriana (donde quiere ubicarse Preciado), b) en el capítulo 8, "Farmacopoder", en que intenta historizar la codificación de los cuerpos y los químicos desde la brujería hasta la castración química y c) en el capítulo 10, en el que se despliegan hipótesis respecto de las articulaciones entre la sexualidad como performance y la pornografía como indicador de lo real del sexo para ensayar una definición de "la verdad de la praxis del trabajo posfordista" (208) a partir de los tres ejes (droga, prostitución, pornografía) cuyo poder reside "en su capacidad para funcionar como prótesis de la subjetividad" (209)
6. Preciado piensa a fuerza de neologismos. Lo mismo que noté en La Generación Postalfa de "Bifo" Berardi. En muchas oportunidades, cuando las nociones existentes no cumplen con las expectativas de estxs teóricxs, prefieren acuñar una nueva en lugar de resignificar las existentes, o rearticularlas. El piso conceptual sigue siendo Foucault (quien, por cierto, no elegía esa estrategia, como no suelen hacerlo los que piensan desde un anclaje fuertemente filológico). Si se me permite llamar a esto "estilo", entonces podemos afirmar que es muy distinto al estilo con que, por ejemplo, Deleuze y Butler se enfrentaron a la necesidad de re-elaborar conceptos como Sociedad de disciplina/vigilancia (y pensar en el control) o bien el binomio sujeto-conciencia (y pensar la performance como gesto individual y a la vez socialmente compulsivo). Es deicr, aquellxs preferían repensar o ampliar el horizonte semántico. Si la lengua es una caja de herramientas, como quería Wittgenstein, podríamos pensar en dos estilos muy marcados: el del que revisa los destornilladores y vuelve a pensar su lugar en la caja y los reordena vs. el del que a martillazos, morsas y limaduras deformara y reformara los destornilladores hasta que cumplan una nueva función necesaria.
Por otro lado, si la contribución de Preciado parte de postular como concepto fundamental el de "Sociedad Farmacopornográfica", como tercer término luego de las sociedades soberana y de vigilancia que planteara Foucault (cfr. 70-73), es, entonces, llamativo que la idea que es el eje de tantos y tan interesantes desarrollos parta de premisas no del todo articuladas. Por ejemplo, la idea de pornografía parece antes préstamo de la doxa o del sentido común que una noción definida, referida y limitada[7].
7. Sobre el final del capítulo 12, a partir del caso Agnes, Preciado plantea la hipótesis más sutil pero también, creo, la más interesante, que tiene que ver con una relectura de Foucault y Butler para pensar en una micropolítica queer expandida. Preciado observa que "el cuerpo de Agnes no es ni la materia pasiva sobre la que actúa una serie de dispositivos biopolíticos de normalización del sexo, ni tampoco el efecto performativo de una serie de discursos sobre la identidad. El cuerpo de Agnes, verdadero monstruo sexual de autodiseño, es el producto de la reapropiación y del agenciamiento colectivo de ciertas tecnologías del género para producir nuevas formas de subjetivación" (311) Esto es, en opinión de Preciado, el efecto de la experimentación de lo camp (tal como lo definía Sontag) llevado al extremo hasta volverse obsoleto: "si en el camp la estética suplanta a la moral y el teatro suplanta a la vida, en el caso de Agnes la tecnología somática vuelve para suplantar a la estética y la vida vuelve para suplantar al teatro" (310-311)
[1] Cfr, al respecto de estas consideraciones, pp. 276-277, Vgr. Sloterdijk, Búlgakov, Haraway. Querer ser sujeto político implica poderes y deberes experimentales. O bien: "Una filosofía que no utiliza su cuerpo como plataforma activa de transformación vital es una tarea vacía" (281) ¡Cuánto se han expandido los alcances de la famosa Tesis 11!
[2] En esta dimensión aparece también la sensación que le produce a Preciado su relación con una rock-star del feminismo radical que, curiosamente, solo será nombrada en la otra serie, es decir, en tanto que bibliografía (207).
[3] También hay un relevo más detallado del desarrollo del debate acerca de la precisión, la utilidad y la pertinencia de la noción de género en el campo del feminismo y de la militancia y la teoría en general (89-95)
[4] Algunas precisiones pueden encontrarse en página 40 y subsiguientes bajo el apartado "Potentia Gaudendi", articulado, entre otras nociones, al rededor de la de "vida desnuda" que Agamben tomara de Benjamin (46).
[5] Se mencionará más adelante, siguiendo a de Lauretis y Muñoz, que lo primero es la "desidentificación" (287). Y la importancia de que las micropolíticas de género constituyan un "campo de experimentación en lugar de producción de nuevas identidades" (290) si se pretende ejecutar una alternativa real a las formas tradicionales hacer política, asimiladas en última instancia. Finalmente, ya tomando a Deleuze-Guatari, aparece un breve desarrollo del "des-reconocimiento, la des-identificacion" (319)
[6] Más adelante aparece el bello hallazgo "hackers del género" (317)
[7] Por otro lado, algunas audaces analogías logran imprimir un sentido poderoso al texto. Por ejemplo, esta del capítulo 10, "Pornopoder": "En realidad, la industria pornográfica es a la industria cultural y del espectáculo lo que la industria del tráfico de drogas ilegales es a la industria farmacéutica. Hablamos aquí simplemente de los dos motores ocultos del capitalismo del siglo XXI. La farmacopornografía presenta así un doble paroxismo: es al mismo tiempo el lado oculto y marginal de la industria cultural contemporánea, y el paradigma de cualquier otra producción posfordista. En el capitalismo über-material, toda forma de producción ofrece beneficios en la medida en que se acerca al modelo de producción farmacopornográfica." (203)
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