viernes, 3 de agosto de 2018

[feed] El monstruo y el archivo. Sobre El petiso orejudo, de Maria Moreno


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Moreno, María (2018 [1994]) El petiso orejudo. Buenos Aires, La página.

En wikipedia consta que esta especie de crónica biográfica es la segunda publicación de María Moreno. En 2007, trece años después de su publicación, Daniel Link se quejaba de que el libro no reapareciera por los anaqueles, por capricho de su autora. A Moreno también la conocemos por su trabajo de investigación y ensayística sobre género. Ha ganado premios y becas. Yo personalmente tuve noticias de ella en los libros y clases de Daniel. En mi recuerdo la señaló varias veces como mejor escritorx de estos tiempos, o poco menos.

El petiso orejudo es un ejercicio de archivo. Un ejercicio foucaultiano llevado con rigor y muchísimo estilo (estoy leyendo ahora Magnetizado, que me da una perspectiva bárbara sobre -y me resignifica a- Moreno) en breves capítulos que mechan biografía y ensayo.

El personaje da para esto y para más, claro. Tal vez el más célebre de los criminales de la historia argentina, el único cuyo apodo fue adoptado por la memoria popular y se sigue reproduciendo cuando ya han pasado casi cien años. Claro que en la palabra "personaje" reside la clave. ¿Quiénes y cómo construyeron esta idea, este muestrario que encabeza la galería de locos peligrosos, en el panteón de monstruos locales?

Moreno reconstruye un proceso mediante el cual los dispositivos dispositivos subjetivantes de una época construyen un fenómeno históricamente relevante: el monstruo moral. En El petiso orejudo vemos la puesta en acción de una maquinaria con tres módulos. Por un lado la prensa amarilla que vampiriza lo mismo que produce mediante la crónica pero también la columna airada (por ejemplo el periodista que se pregunta ofuscado en texto anónimo cómo puede ser que no haya pena de muerte para estos casos). En segundo lugar el aparato policial, subdividido en dos facetas. un elemento burocratizante y otro de romantización novelezca, concentrado en otro personaje notable, el comisario Rossi, veterano del espanto por haber sido el que encontró los cadáveres en el caso de Cayetano Rossi (cfr. 41). Y en tercer lugar el aparato psiquiátrico, representado en este texto como la "cofrafía lombrosiana argentina" (114). Como todos los monstruos (en Magnetizado pasa lo mismo) la moral y la ciencia se disputan soberanía sobre el cuerpo a subjetivar/torturar/medicar/encerrar, en fin: torturar. La respuesta imposible a una pregunta no formulable: ¿qué es más: criminal o enfermo? 

"La antigua práctica criminológica de eximir de pena a los considerados irresponsables cedió poco a poco paso a la de encerrar en prisión aun a locos dudosos, en defensa de la sociedad" el subrayado es mío para resaltar el homenaje foucaultiano. (120)
Lo notable es cómo Moreno se toma el trabajo de pensar, analizar y reproducir la forma en que los dispositivos subjetivantes y las instituciones de ciencia y de represión no son solamente un conjunto de factores externos que secuestran, modifican y esclavizan una subjetividad (tesis paranoica) sino que atraviesan transversalmente todas las esferas de la sociedad, incluyendo la propia conciencia, que solo deviene subjetiva en y a través de esos dispositivos e instituciones. Dicho de otra manera, El Petiso Orejudo piensa y reproduce los enunciados que lo constituyen como "arquetipo" (120) del monstruo como los policías, los periodistas y los médicos, de manera que el relato toma la forma de la profecía autocumpida (en sus variantes: el diagnóstico autoconfirmado, el caso periodístico autoproclamado, el criminal autojuzgado). El Oreja responde a los interrogatorios en cierta forma respondiendo lo que él sabe que le toca decir, así como los doctores encuentran lo que ya sabían que querían encontrar.

"El doctor Coll tenía razón: el Oreja debía haber recibido amenazas o bien era tan capaz de interpretar ciertos modelos indagatorios como los doctores lo interpretaban a él" (115-116)

Moreno sugiere que no está claro que los crímenes de Godino necesariamente respondían a un deseo, o a un goce sexual, pero que era coherente (por una idea de época, por una coherencia ideológica) que así fuera, y esa necesidad era irresistible. Por ejemplo, la "intuición" de los policías y médicos los hace constantemente tener pálpitos que llevan a bajarle los pantalones a Godino y constatar la erección cuando se hablaba del crimen. Entonces...

"El diagnóstico de sadismo confirmado por los doctores Coll, Oro y Ramos Mejía se sustentaba menos en las declaraciones de El Petiso Orejudo que en la existencia de sadismo en los antecedentes internacionales del infanticidio" (116)
La prosa sofisticada de Moreno es todo. Un tono suave, blanco (a lo Piglia) extravagante en su levedad, exquisito tanto en la morbosa descripción de un orificio en el cráneo latiendo de sangre caliente como en la patética letanía del último capítulo, como también en la pícara escena en que los doctores exhiben su coquetería intelectual en charlas imaginadas por la autora.

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