martes, 18 de junio de 2019

[feed] Historias del 2001. Sobre Indeleble, de Paula Tomassoni







Paula Tomassoni. Indeleble. La Plata, Estructura Mental a las Estrellas, 2018.

(Una versión de esta reseña apareció publicada en Solotempestad)

¿Quién lo manda a uno a leer una historia del 2001? ¿A revolver esos dolores tan agudos como imprecisos, mezcla de impotencias y humillaciones; a transitar por una herida no tan vieja, preguntándose a medida que se interna si aún duele, si todavía está ahí la rabia? En 2018 tuve a Paula Tomassoni como docente en un curso de escuela para maestros. Entre sus virtudes inmediatamente resalta el control de la voz, el tono y el ritmo. Sabe leer con impostura hipnótica. No nos contó que ella también escribía, pero nos recomendó muchos autores y autoras jóvenes cuyos nombres guardamos agradecidos (como el de Verónica Sánchez Viamonte que compartí por aca). Tiempo después me encontré con Indeleble en una feria de editoriales independientes y, naturalmente, sentí curiosidad por conocer la prosa de la profesora.

Y es un trabajo muy consciente y muy maduro aunque sea -me entero en la solapa- apenas su segunda novela. Formalmente es un juego de dos historias que ocurren en paralelo, no separadas en el espacio sino en el tiempo. La protagonista de ambas es Maine. En la historia más reciente tiene que lidiar con el suicidio de su esposo, ligado a la tormenta económica del 2001. Maine obesionada calcula superficies, perímetros y volúmenes, gastos y eficiencias, tal vez como contrapeso de lo incalculable: del absurdo de la muerte. En la otra historia, varios años antes, Maine lidia con el dulce sufrimiento de la abundancia moderada de la cotidianeidad de la clase media bonaerense. Su marido se opone a probar la fertilización asistida, toman sol en la costa atlántica, ahorran y se ilusionan con la posibilidad de un crédito hipotecario.

Un acierto importante en Indeleble es la estrategia literaria que consiste en narrar la historia más antigua en presente de la primera persona gramatical, facilitando la inmersión del lector. Y, al contrario, narrar la historia más reciente usando el pasado de la tercera persona. En el contraste entre ambas historias, surge la sensación de que la experiencia de la vida, del sentido pleno, solo es posible en el pasado, mientras que el presente ha quedado reducido a un yermo infértil, donde solo es posible la experiencia de la superficie. O del absurdo, si es que hay tal experiencia. En los bordes (de la historia pero también de la novela) hay emergentes: escenas de experiencias posibles, de nuevos optimismos, pero también de antiguos optimismos, que a la luz crepuscular del que conoce el fin de la historia (y de los años ’90) golpean al lector como la escena final de Ireversible (Gaspar Noe, 2003), o el grito desgarrado del Montesco: Oh, I am fortune's fool!

¡En fin! ¿Quién lo manda a uno a leer una historia del 2001?

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