domingo, 2 de agosto de 2020

De la androginia hiperbolizada


La extraña aventura de JoJo, Temporadas 1 y 2.

Como regla general evito mirar series que no hayan finalizado su proceso de grabación y emisión. Lo sabemos bien: la industria cultural ha devaluado los conceptos de arco, historia y coherencia interna (¿o jamás les concedió mucho valor?) frente al impertérrito, indomable fantasma del rating (hoy en su versión virtual, es decir, tan vago, efímero y sobre todo parcial y sospechoso como ha sido siempre). Si tenemos mala suerte nuestra saga o serie será cancelada por falta de audiencia. Y si de verdad tenemos mala suerte, nuestra saga o serie tendrá grandes audiencias y la estirarán hasta la náusea, reventando sus articulaciones, alargando incómodamente la vida del pobre animal. La imagen me parece más o menos urgente: un ser de taxonomía desconocida, achatado, estirado, apenas respirando, aplanado, con los meniscos y las costillas hechos gelatina, ojos en blanco, supurando bilis espesa, sangre coagulando al sol, y otros humores de índole desconocida, esperando manso la mano providencial de la negra parca, como diría Homero.

Sin embargo, año tras año mis alumnes y conocides insisten (directamente a través de recomendaciones e indirectamente pasando y compartiendo memes que llaman mi atención) con este animé, que está cerca de cumplir los diez años. Hace media década le pregunté a mi amigo Carlos si en verdad era buena, y me dijo que no. Lo que -lo se- significaba: que sí, que es buena, pero que yo soy un pesado, un insoportable, que mejor ni la mirara. Al parecer hay un manga que tiene mi edad o casi. A mí, sin embargo, me interesa el animé porque, por los motivos geopolíticos, estéticos, tecnológicos, o por la revolución lgtbq en curso, es el animé y no el manga el que ha capturado y ha sido capturado en y por la imaginación de tres generaciones seguidas. Jóvenes de los ochentas, noventas y dos mil comparten una interpelación mutua con las bizarras aventuras de JoJo. Veamos.

En muchos sentidos JoJo's Bizarre Adventure (ジョジョの奇妙な冒険, JoJo no Kimyō na Bōken), la adaptación de los primeros dos arcos del manga, a cargo de David Production en 2012, es una serie pueril. Inmediatamente se destaca el viejo tropo de la masculinidad y la adultez (y sobre todo el de ser más fuerte, más grande que los adultos) condensado en una musculatura hiperbólica y demencial de esas que ponen músculos dentro de otros músculos. En segundo lugar arquetipos unidimensionales de héroe/bueno y rival/malo, sin otro asidero que el aparentemente transparente liberal americanizado (es decir, la misoginia clasista a la que llamamos repúblicas occidentales y sí: japón es occidental). En tercer lugar, el artilugio narrativo (o la falta de tal cosa) que consiste en presentar una rivalidad, sugerir la superioridad de un lado, invertir sorprendentemente la ecuación, y comenzar el proceso de nuevo.

El bueno de Ballesta me sugería este chiste:



En cuarto lugar, la fascinación por la sorpresa como forma privilegiada de comunicación. La sorpresa apabullante, exacerbada. Recuerdo una escena en particular, cuando el primer JoJo está hospitalizado y Speedwagon va a cuidarlo al hospital y cae abrumado por la sorpresa de ver a Erina -el interés romántico- cambiándole los trapos al convaleciente. Hacer que los personajes se sorprendan de todo es una forma de compensación. Y como toda compensación, es un poco bochornosa.

Por otro lado, cada uno de estos elementos es representado con semejante nivel de exageración que es imposible no leer un doble registro. Directo e indirecto, presentación y parodia, homenaje y burla. En esto el animé es un viejo pícaro y peludo. Por lo menos desde los años 90' casi todas las series animadas japonesas que se me ocurren en clave de comedia jugaban a replicar fórmulas y al mismo tiempo reírse de ellas[1]. Sin embargo, con los 51 episodios de 20 minutos que conforman las primeras dos temporadas, estamos hablando de diecisiete horas de de esta relación tirante. Personalmente, tuve que adelantar algunas escenas, es agotador, aún cuando el doble registro ofrezca una distancia para sostenerse de ella.



Con todo, JoJo's presenta tres características que me parecen dignas de prestar atención y que creo que tienen mucho que ver con su éxito descomunal y su potencial memético.

Primero: algo que se me ocurre llamar mundanismo pop. Hay cuidado en el trazado arquitectónico de la NY de los años 30, hay referencias a civilizaciones antiguas egipicias y aztecas. Hay música de Yes (aún recuerdo estar navegando los boards y cruzarme con esta belleza), hay menciones y sugerencias que remiten a ideas y formas culturales histórica y geopolíticamente extendidas con desenfado irreverente. Hay un submarino amarillo, hay personajes cuyos nombres replican fonéticamente otros (/Eisidisi/). Hay nombres, costumbres, ropas y comidas de Hong Kong, Singapur, Pakistan y Arabia Saudita. Hay tres pollos llamados Prince, Michael y Lionel. Y así. Esta relación de aglutinamiento desaforado, pone a JoJo's en una permanente situación de referencia, y al mismo tiempo cada referencia es un signo vacío. Como un personaje de Borges o de Eco pero a la inversa, en lugar de un erudito lúdico, que juega a despreciar el saber del mundo, Jojo funciona como un un dispositivo analfabeto que se se ha instalado toda la wikipedia y juega a saber cosas importantes y cosmopolitas. Tardé una temporada en recordar dónde habíamos aprendido a amar este juego. Entre el 2004 y el 2010, J. J. Abrams conquistó al mundo con Lost, esa historia infinita que no va a ningún lado (no puede) y que está saturada de cultura inerte, estéril. Todo y todos allí eran signos: pero esos signos no iban a ningún lado, iba en la locura de cada uno (y a su riesgo) sostener una línea de sentido que explicara por qué Locke, Sawyer y Hume se llamaban así, qué representaban el humo y los otros, qué implicaba el internacionalismo de los personajes, etc. JoJo's entiende y replica esta fórmula: un trompo incansable de referencias, que en definitiva es humo. 

Segundo (y esto seguramente será herencia y tesoro de una tradición de treinta y pico de años de manga): un respeto por el arco en tanto que tal que permite algo que las series y sagas han olvidado un poco cómo se hace: la épica. las historias compiladas en las primeras dos temporada de JoJo's comienzan a fines del siglo XIX en Inglaterra y continúan en la Nueva York de fines de los años treinta. JoJo's es la saga de una familia, y eso implica algo que muchas producciones no se animan a intentar: la muerte de sus diferentes protagonistas, o tal vez incluso peor, su paso a personajes secundarios. Así, entre 1880 y 1980, de Inglaterra a Japón, se suceden tres personajes apodados JoJo, todos protagonistas, en relación de abuelo a nieto cada uno con el siguiente. Es decir que estamos ante una secuencia de ascensos y declives. Las audiencias discuten en los foros respecto del mejor JoJo, el mejor rival, etc. Esto también entendió JoJo's: la perspectiva histórica produce abismo y el abismo habilita épica.

Tercero y tal vez lo más interesante: los cuerpos y los gestos. Les millenials que se enfrenten a JoJo's probablemente recordarán el antecedente obligatorio, Æon Flux, la animación de ciencia ficción distópica de los años noventa con que Peter Chung fascinó nuestras imaginaciones (como repetiría años después con Alexander)





Ese último es Aristóteles

En las animaciones de Chung, se trataba de una estilización de los cuerpos que coqueteaba entre la androginia y la anorexia en combinaciones incómodas y (¡ay!) fascinantes que les niñes mirábamos atónitos y tal vez a escondidas en MTV. Lo femenino y lo masculino perdía certeza entre esas formas y texturas. JoJo's hace algo similar en su diseño: una especie de masculinidad hiperbolizada en las formas (particularmente en las musculaturas y en ciertas disposiciones éticas asociadas a la caballerosidad más rancia) combinada al mismo tiempo con una femineidad hiperbolizada articulada con una artillería de posturas, maquillaje, peinados, moda y sobre todo gestos a los que puedo poner nombre: Vogue.

Para la idea de Vogue, puedo remitir a la serie Pose de Ryan Murphy. Pose cuenta un conjunto de historias de marginalidad y comunidad ambientada en los ball-rooms neoyorkinos de la década del ochenta. En la excelente primera temporada se representa y en la inmirable segunda temporada se tematiza el Vogue, que tal vez podríamos definir como un conjunto de estéticas y bailes que surgen como una lectura distanciada pero fascinada (otra vez) con la estilización más o menos absurda que la famosa revista de modas actualizaba en los cuerpos de sus modelos, aparentemente inspirado en los antiguos egipcios.

El resultado me parece un síntoma más que interesante de época, una forma no muy sutil pero no por eso muy obvia de hipostasiar performatividades genéricas que, creo, ponen en suspenso el sistema en su versión más vulgar, banal, estúpida y fascista. En fin, lo que desde los noventa se conoce como el sistema sexo-género, y en particular su dimensión cis-heteronormativa. Desde luego estas operaciones no borran el machismo y el sexismo que desborda en cada escena y en cada diálogo, pero ahí quedan esos cuerpos, esos ojos, esas posturas. El resto entre el exceso de imaginación y deseo y su agenciamiento industrial-pueril, bueno, eso siempre nos interesa. Nos debería interesar.





Es extraño lo que cuesta encontrar imágenes de la primera temporada. Debe haber un millón de blogs leyendo lo mismo que yo leí. La cuestión es mucho más ominosa de lo que parecería por su registro en google images. En fin, esta hiperbolización andrógina solo se exacerbó con el tiempo, de manera que con las palabras clave en el buscador sale más que nada material de la quinta temporada, que sucede en Italia.



Se terminan las vacaciones, y la serie es muy larga. Pero me aconsejan que insista, que todo se pone peor y mejor. Veremos.

Agosto, 2020


[1] Se que aburro ya con los mismos ejemplos, insistiendo en que Puig y David Lynch son los grandes maestros en jugar en esa clave doble. 

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