Busqued, Carlos (2018) Magnetizado. Buenos Aires, Anagrama.
En septiembre de 1982, con 20 años, Ricardo Luis Melogno asesinó a sangre fría a cuatro taxistas, en unos pocos días y en un pequeño radio de acción, al sur de la ciudad de Buenos Aires. La policía montó todo tipo de operativos mientras el caso obtenía su cuota de cobertura histérica: Identikits que resultaron ser falsos, taxistas organizándose para linchar. El caso terminó sin épica: el hermano de Melogno fue a buscar un juez y entregó a su hermano, que desayunaba con el padre, se dejo arrestar y confesó todos los crímenes.
Casi todo Magnetizado es una transcripción (se informa que se ha recortado y reordenado más de noventa horas de grabación) de una larga entrevista. Es difícil medir el mérito de este trabajo, excepto por la eficiente síntesis: menos de ciento cincuenta páginas. Y lo que provoca da el tono es la espesa, paciente, metófica racionalidad del entrevistado.
Melogno fue declarado inimputable en CABA (donde cometió tres asesinatos) pero cuerdo e imputable en provincia (donde cometió su primer crimen). Tribunales y hospicios se lo disputaron o se lo quisieron sacar de encima, paseó por penales desde la dictadura, en pabellones comunes y celulares, y también por hospitales psiquiátricos salidos de una pesadilla distópica suburbana. Veterano de todo, casi sin heridas ni cicatrices (los profesionales lo señalan como una de sus mayores rarezas), sobreviviente respetado entre presos pesados, pibes chorros, locos malos, guardias y enfermeros, supersticiosos y cristianos, Melogno transcripto pasa por un profesional de clase media con veinte años de oficio, y no como el desclasado, acribillado a fármacos, encerrado durante casi cuarenta años[1] y abandonado que es. Esto es: casi cuarenta años de meditar, considerar, recordar, replantearse, leer, analizar y analizarse. De un desfile de Psicólogos y psiquiatras que duró, que dura, una vida entera. Melogno explica su caso con serenidad, orden y lógica. No delira, como bien anota la médica al final del libro, no tiene ideas alucinatorias (es cierto que practica algún espiritismo residual, pero en un país constitucionalmente católico, sería apresurado exagerar conclusiones). Entiende los prejuicios y los lugares comunes que de él se esperan, sabe lo que debe decir para hacer que el público se sienta mejor consigo mismo, reconfortado. Y sabe, también, el lugar específico que ocupa en la sociedad, como monstruo, como excepción, como punto ciego[2]. Igual que Mersault, no dio explicación ni motivos. Y como a Mersault, el sistema no se lo perdonó nunca[3].
Melogno ejercita frecuentemente la incorporación de voces. Discursos directos e indirectos pueblan su relato. Los forenses dicen. Los médicos creen. Los psiquiatras piensan. Los doctores dictaminaron. cuarenta años siendo el tema de un estudio infinito, Melogno se siente hablado, discutido, construido con esas palabras que lo rodean. Se sabe rodeado de paredes pero sobre todo encerrado de palabras.
Quiso la suerte que leyera este libro pocos meses después del que María Moreno le dedica al Petiso Orejudo. Busqued también debe haberlo leído, pareciera haber tomado algunas lecciones. La convicción de que las cadenas discursivas constituyen al sujeto están planteadas desde el esquema. Magnetizado rodea su corpus principal (la palabra de Melogno) con un encadenado de dispositivos institucionales. El orden es el que sigue: un fragmento a modo de presentación (el estilo, el humor o la lógica de Melogno) y luego: descripción de los hechos, la palabra periodística (primero imágenes, luego textos), luego el relato de un juez, seguido de la entrevista en sí misma, y finalmente un intercambio con una doctora que lo trató. La palabra del monstruo, literalmente, flanqueada entre el discurso legal-penaly el médico-psiquiátrico. No sorprende que Melogno se considere anormal: "Para mí todo eso era normal. Un chico con una familia normal, o una vida normal, capaz podía, en una de esas, darse cuenta de que eso no era normal. Yo me había criado en ese clima, para mí era natural todo eso" (37, sobre las prácticas espiritistas de su madre cuando era chico[4]). Pero también: "ahora, a la distancia, te podría decir que eran todos unos pelotudos".
Sabe, también, Melogno, que tiene prohibida la reproducción y la familia. Poco le importa, si la familia es la formadora de monstruos, como casi comprendió Engels, tanto mejor no devolver el favor reproductivo. Melogno dice "quiero estar tranquilo" dice "No quiero familia, no quiero nada" (48)
De todos modos, a la eficiencia, Moreno le agregaba una lectura en espiral que se acercaba al detalle y se alejaba para la perspectiva, que imaginaba para rellenar o fundamentaba en la documentación y, en fin, un articulado de conocimientos con un estilo y una fluidez que hacían a su libro realmente una excepción entre las excepciones. No es demérito de Busqued, se entiende, pero no puedo evitar la comparación.
[1] Hace ya tiempo que cumplió cadena perpetua pero nadie quiere hacerse cargo de liberarlo, Melogno deduce con cinismo: "si yo hubiera dicho que maté para robar, estaría en libertad hace quince años. O que lo hice por placer (120).
[2] Sabe, y aprendió a fastidiarse con ello. "Me jode que esas personas se fueran contentas, sintiéndose mejores, porque tenían un monstruo para compararse. Me duele haber regalado ese buen momento" (122) sostiene después de cierto engaño mediante el cual se lo expuso.
[3] Sobre el absurdo: "No tengo nada contra los taxistas. // Nunca odié a los taxistas, nunca me hicieron nada, nadie de mi familia tuvo un problema con taxistas, no me molestaba el color de los autos, ni me importaba la marca de los autos. No podría decir por qué les tocó justo a esas personas" (120) y sobre el saber psiquiátrico y sus trampas: "En treinta años de psiquiatría no entiendo cómo pueden sacar un diagnóstico con los dibujos y las manchas (...) <>, <>. <> Es una mancha, ¿por qué TENGO que ver ALGO en una MANCHA? // Entonces, uno, para complacer, dice algo. Y, en general, con lo que decís, te hunden." (123)
[4] Cuando alguien compra un billete de lotería, dice Melogno, también vive de la fantasía, como él. Pero "es una fantasía normal" (51) no como la suya, se entiende, a pesar de que a lo largo del libro repite que nunca fantaseó con matar, ni con violencia de ningún tipo. Son fantasías que podrían considerarse de lo más "normales".
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