jueves, 7 de febrero de 2019

[feed] Límites de la familia, límites de la lengua. Sobre Las garras del niño inútil de Luis Mey



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Mey, Luis (2016 [2010]) Las garras del niño inútil. Buenos Aires, Factotum

Me habían mencionado que se viene leyendo mucho esta bildungsroman situada en el umbral del conurbano norte incluso, me aseguran, en las escuelas. Me parece razonable. Yo no conocía a Mey hasta hace un par de años, cuando llegaron a mis manos Macumba y Los pájaros de la tristeza gracias a las menciones que Paula Tomassoni no olvidaba hacer en sus cursos. Como en Macumba, el espacio indeterminado es protagonista, este juego de indecisiones e indeterminaciones que combina ser de San Isidro, pero no de las Lomas ni de La Cava, compartiendo fragmentos, prejuicios, potencias, tanto con un mundo como con el otro[0].

No soy un villero. Yo no. Los villeros son pobres como yo que viven en mi barrio -a una cuadra exactamente- y a quienes me cruzo todos los días, pero, se supone, no soy un villero. Me enseñan eso constantemente. Odian a los villeros, mis padres; los odian, sobre todo, cuando estamos en casa. Conocen algunos. En la calle, los saludan con una sonrisa. (6, 7)
En este caso el protagonista tiene entre seis y trece años durante la mayor parte de la novela, y su historia es la de la supervivencia a la violencia familiar. Y me parece que se destaca mucho la descripción cruda y dolorosa de esa violencia, durísima y dolorosa pero sin golpes bajos ni efectos fáciles. Sucede otro tanto con el abuso psicológico (con todos los matices que pueden hallarse en el arco iris del abuso doméstico). Haciendo un poco de memoria, se me ocurre que Mey fue mejorando su prosa, que Los pájaros de la tristeza logra una continuidad del bello estilo medio que en Las garras del niño inútil aparece acaso solo intermitentemente.

Uno de los descubrimientos de Mey es que ser niño equivale a ser estúpido. El protagonista de Las garras... repite de sí lo que le han enseñado, su propia estupidez. Pero en cada repetición se deja ver una especie de reflejo, la estupidez del mundo. "Tengo, desde entonces, un un odio particular por las palabras" (94[1]) dice Maxi, que en el presente marcado en el verbo principal se dedica a las palabras: como librero, como escritor. La literatura en esta novela sería la respuesta a la insuficiencia de la lengua: el sufrimiento no puede decirse, la traición no puede decirse (cfr. el último capítulo la razón por la que Maxi decide empezar a escribir) y porque no puede decirse, esta imposibilidad debe ser escrita escribiendo otra cosa, cualquier cosa, pues ya se sabe, todo es banal: la violencia, la pobreza, el desgaste. Lo que puede decirse entonces es que el estilo medio con el que Mey relata la miseria es también un postulado político, acerca de la banalidad del mal. "Todos tenemos un dejo de tristeza y algo de ganas de cualquier cosa" (201) o "La gente no nos conoce y no sabemos cómo hacer que nos conozca. Estamos como flotando en dolor" (162) dice Maxi, que es un rubio, en el sentido en que eran rubios los rubios de Albertina Carri.

Recordé las ideas sobre la familia como condición trágica de la existencia del individuo en Ferreyra. En Mey no sería así necesariamente, pero lo es contingentemente: "En casa, sabemos, nunca se avanza. Somos siete y estamos solos, todos contra todos y todos contra el mundo" (91). O más sencillo, el problema no es la familia, sino los padres. La infancia en esta novela de crecimiento es un tiempo sin reposo, paz, ni sentido. Como el mundo según Macbeth. "La vida era escuchar la voz de los adultos y hacerles caso o salir corriendo y aceptar que te van a fajar lindo tarde o temprano" (26). En las primeras páginas (que quiero leer a mis alumnos este año, la novela tiene un comienzo muy bueno, muy potente y veloz, antes de bajar) Maxi se dice a sí mismo: "cuando sea padre, y espero no serlo nunca, jamás dejaré que mi hijo parezca un pelotudo" (7). Espera no serlo nunca, parece saber que lo será. La reproducción es una pesadilla inevitable.

Como en la de Holden Caufield, en esta historia el final coincide más o menos con un momento de comprensión, aunque no se explica bien qué es lo que se comprende[2]. Siempre es prolífico preguntarse por qué terminan donde terminan las historias, y más en el caso de estas novelas de crecimiento.

[0] "Pero se parece a cualquier barrio muerto con fábrica abandonada y perros abandonados en ella" (9)
[1] O también: "Entiendo la dignidad. No la explico, pero sé que es" (89).
[2] Sobre todo el "Y eso fue todo" en 212. Pero antes de eso, más explícito, "No sabemos querernos. Eso ya no duele: enferma" (210)

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