miércoles, 4 de septiembre de 2019

[feed] La ubicuidad audiovisual. Sobre 1984, de Orwell


Orwell, George (2015 [1948]) 1984. La Habana, Editorial Arte y Literatura.

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Varias reseñas coinciden con razón en señalar la enorme difusión de las tesis e ideas que se dejan leer en esta novela. En contraposición, nadie parece recordar la plúmbea, lenta escritura de Orwell. Una novela extensa y poco entretenida, ingenua en general, con destellos muy lúcidos en particular. Con interesantes aciertos sobre algunas prácticas humanas, y con lo que parece ser una mezcla de desconocimientos teóricos (por ejemplo, los más elementales de lingüística) con una muy limitada imaginación. Como distopía es más bien hiperbólica, tal vez satírica, como una versión sencilla, accesible, de la pesadilla liberal del control omnipresente y el Estado ubicuo. Es justo decir, eso sí, que 1984 no es anticomunista ni mucho menos. Los diversos megaestados que pueblan sus páginas son variaciones alucinadas del stalinismo, pero también del socialismo a la europea, y del fascismo tradicional nacional-capitalista.

A la hora de imaginar tecnologías específicas de comunicación-control, Orwell tiene solamente el condicionamiento de época de imaginar que los dispositivos serían todas variaciones de la televisión y la radio (lo mismo pasa con ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, publicada veinte años después). Sin embargo, eliminada la tubularidad y emisión radial, los aparatos descriptos y sus funciones y poderes son muy similares a la telefonía móvil con informática, a la creciente instalación de dispositivos de grabación que toman y transmiten el input socialmente producido de palabras, gestos e imágenes a niveles de ubicuidad alarmante (o acaso sea al revés y el miedo que sentimos por estas máquinas ha sido modelado por las fantasmagorías de Orwell). Pero al imaginar el desarrollo de la sociedad del espectáculo la novela encuentra rápidamente su punto de envejecimiento. Es que nadie (excepto tal vez Benjamin) pudo ver hacia dónde giraba el mundo de la imaginación y las representaciones. La idea misma de maniobrar la verdad de la historia recuperando todos los periódicos almacenados en un mismo edificio centralizado y cambiando las noticias inconvenientes es tan tosca como bonachona. En ese aspecto (yo diría que solo en eso) Orwell se quedó corto: el espectáculo no modifica el pasado directa sino indirectamente. El espectáculo modela los criterios de realidad y la hermenéutica del presente. El resto es automático, se da por añadidura.

De las tres partes en que está dividida la novela, la más interesante es la primera, en la que se despliegan configuraciones y tecnologías de la distopía. Luego en la segunda aparecen algunas ideas terroristas que, de nuevo, muy cada tanto, se encuentran con alguna ocurrencia notable. 

Un breve punteíto:

"La finalidad principal de la guerra moderna (...) es emplear los productos de las máquinas sin elevar el nivel de vida general (...) A principio del siglo XX, la visión de una sociedad futura increíblemente rica, ociosa, ordenada y eficiente (...) era parte de la conciencia de casi todas las personas cultas. (...) Desde el momento en que aparecieron las máquinas a toda persona inteligente le quedó claro que la necesidad del trabajo pesado humano, y por tanto en buena medida para la desigualdad entre personas, había desaparecido. Si las máquinas fueran empleadas deliberadamente con ese fin, en unas pocas generaciones podrían eliminarse el hambre, el exceso de trabajo, la suciedad, el analfabetismo y las enfermedades. (...) A la larga, una sociedad jerárquica solo era posible si se asaba en la pobreza y la ignorancia (...) El problema era cómo mantener en marcha las ruedas de la industria sin incrementar la riqueza real del mundo. Debían producirse bienes, pero era necesario no distribuirlos. Y, en la práctica, la única manera de conseguir esto era la guerra continua (...) No importa si hay o no guerra y, dado que no es posible una victoria decisiva, no importa si la guerra marcha bien o mal. Todo lo que se necesita es que exista un estado de guerra (...) E incluso el progreso tecnológico solo se produce cuando sus productos pueden ser utilizados de alguna manera para disminuir la libertad de las personas. (...) Al partido no le preocupa perpetuar su sangre, sino perpetuarse a sí mismo. No importa quién detente el poder siempre y cuando la estructura jerárquica permanezca siempre igual. (...) Por otro lado, sus actos no están regulados por la ley ni por ningún código de comportamiento claramente formulado. No existen leyes en Oceanía. Los pensamientos y los actos que, una vez detectados, acarrean una muerte segura no están prohibidos formalmente, y las interminables purgas, arrestos, torturas, detenciones y vaporizaciones no se aplican como castigos por los crímenes que en realidad se han cometido, sino solo para eliminar a personas que acaso puedan cometer un crimen en algún momento en el futuro. (...) El intelectual del Partido sabe en qué dirección debe alterar sus recuerdos; el sabe, por tanto, que está haciendo malabares con la realidad; pero a través del ejercicio del doblepensar también se convence a sí mismo de que la realidad no ha sido perturbada. El proceso debe ser consciente, o no podría llevarse a cabo con suficiente precisión, pero también tiene que ser inconsciente, o provocaría un sentimiento de falsedad y por lo tanto de culpa. (...) sólo a través de la reconciliación de las contradicciones se puede retener el poder indefinidamente" (190-218)
Pero la tercera parte, la coda, la parte trágica si se quiere, se enreda en sí misma y termina a paso lento sobre un barro muy poco claro. El apéndice (una serie de planteos sobre la neolengua, un plan para renovar el lenguaje con el objetivo de evitar la misma gestación de pensamientos revolucionarios) es sencillamente tonto. Hay algo lacaniano vanguardista, es posible, pero sobre todo hay un desconocimiento total de la lingüística como fenómeno inherentemente social, histórico y dinámico.

En definitiva -ay, siempre pensando en lo mismo- no es una novela para trabajar en escuela secundaria, aunque para el adulto interesado en la evolución del género es un eslabón ineludible.

Por otro lado, la inmejorable Brazil de Gilliam es una versión de esta novela.

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