lunes, 19 de diciembre de 2011

[corpus] un poco de Op Oloop

me reclaman cada tanto por la baja frecuencia de actualización del blog. qué más me gustaría a mí que responder al reclamo. pero escribo poco, y todo va para forofyl...
en todo caso, tomo de algún lado la idea de transcribir algo de lo que estoy leyendo, a pesar de no tener aún ninguna reflexión articulada al respecto. sea. por lo menos actualizo, y por lo tanto, estoy vivo.

apenas habían pasado dos años desde la publicación de Voyaje au bout de la nuit y cinco desdeLos siete locos, aquel 1934 en que Borges rumiaba o tal vez ya organizaba la publicación de Historia Universal de la Infamia, cuando Juan filloy publicó su segunda novela, Op Oloop.

Op Oloop, Finlandés "Estadígrafo", maduro ya de pasiones bolcheviques y bélicas, radicado en Argentina después de trabajar en europa (pero contratado por estados unidos) donde se dedicó a hacer un mapa de los muertos, una estadística de la muerte, Op Oloop, el frío vikingo, decía, da un discurso en pleno banquete ofrecido a sus amigos. un fragmento de ese discurso es lo que voy a transcribir a continuación. Optimus Oloop (el verdadero nombre del protagonista, en cuyo significado se afinca el último ahullido soberbio y patético del positivismo del cual Op Oloop es el vástago final, ya casi listo para desaparecer) ha detenido el horror, calculándolo. al medir lo inmedible, lo creyó dominado. los monstruos, como se sabe, deben ser inmensurables para asustar. a la destrucción ciega y desastrada que el imperialismo ha impuesto en el mundo, Op Oloop quiere amancebarla cifrándola, numerándola, burocratizando científicamente el saber sobre la muerte. pero la novela de Filloy propone la caída en desgracia de esta estrategia macabra. "superado" (al menos cronológicamente) el horror insoportable, el método del Estadígrafo, las herramientas con las que pretendió aislar y congelar la pasión que encubaba el holocausto, terminan aislando y congelando su propia existencia. tarde o temprano -esta es la hipótesis de filloy-, surgirá la necesidad de construir un mundo, es decir, de construir un convivir, de plantear el problema del amor (el encuentro con el otro). esta demanda constituye un problema inasimilable para el escepticismo del estadígrafo. tal vez -resumamos- la ciencia pueda servir para congelar la bestia de la devastación, pero si toda esperanza desaparece en el desastre (si nos volvemos escépticos), no habrá manera de contestar a la pregunta: ¿cómo y para qué reproducirse?

cito, en extenso. saludos





Cuando alguien se precipita en la escarpa vertical de sí mismo, el vértigo de emociones y recuerdos supera al golpe. Y las palabras, enfermas, se rehúsan, o salen como vaho de un ramo de locura.
Después de un rato, balbuceó:
-Vino: sangre; sangre: vino. No. ¡NO! Sol: Mosela, Campagne...
¿Eran legítimos la astucia o el misterio de esta respuesta medulada y proferida hieráticamente? Nadie lo supo ni lo sabrá. Hay procesos psicológicos enigmáticos, cuya elucidación escapa hasta al propio sujeto. Las poses del espíritu son a veces posturas auténticas, pues coinciden con estados de énfasis, ya exaltados o deprimidos, que ninguna ficción puede alcanzar. Esa pose hierática de Op Oloop era real, malgré lui. Pero en su propio misterio estaba la astucia; pues el misterio no es más ue una entelequia que oculta su simplicidad en capciosos mantos de intriga.
En cierto instante pareció dispuesto a explayarse. Los ojos se hicieron oídos. Cada cual pendía del encanto morboso de sus palabras. Y habló, en tono bajo y suspirado, con inflexiones raras de campana sumergida:
-¡Vino: sangre; sangre: vino! Yo he visto labriegos que, al alzar la roja copa de vino vernáculo, se persignaban y lloraban creyendo beber la sangre de sus hijos. Yo he visto áreas acribilladas de cráteres de obuses, en donde los cadáveres se contorsionaban confundidos con troncos de parras. Yo he visto racimos de cabezas rubias, cuyo zumo estrujaba la tierra avara para venderlo después hecho espuma en el champagne. Yo he visto en límpidas mañanas, al borde del Mosela, elevarse del vergel incendiado, como huesos de fantasmas, las vides caducas. Y doquiera, con diademas de pámpanos y alambres de púa, la carne verde de la juventud fermentando sombras, ignominias y lacras. Por eso, el vino me emborracha de pena antes de emborracharme de olvido. Y al saber que en él se trasmutan las esencias humanas, cada trago es irrisión para mi pena y luego bálsamo para mi olvido.
Larga pausa taciturna.
Paladeó en cuatro sorbos su copa.
Los demás hicieron lo propio.
Nunca una liturgia tuvo más unción. Estaban en silencio religioso, en la "eufemía" que los pritanos reclamaban en el Pnix.
Y en el mismo tono bajo y suspirado, con inflexiones raras de campana sumergida, prosiguió:
-¡Vino: sangre; sangre: vino!... En los cementerios de Aisne-Marne, Oise-Aisne, Meuse-Argonne, del Somme, Suresnes, Saint Mihiel y Flanders, yo he envasado en la tierra la vendimia de la muerte. Más de treinta mil cadáveres identificados reposan, en praderas florecidas, la carne que floreció en el martirio de sharpnells y metrallas. He sido casi dos años un estratega macabro. ¡Con qué mansedumbre se docilizaban los despojos! ¡Qué sublime acatamiento hallé siempre en huesos y harapos! Parecía que el presagio cumplido ahorraba el esfuerzo. Ya las astillas pútridas de un antebrazo, ya el vientre desvencijado de una caramañola, ya la herrumbre sangrienta de una culata, esclarecían la identidad de la muerte. De la muerte múltiple, siempre una. Y la alineaba, la alineaba, para vencerse a sí misma, en batallones estáticos, contra la barbarie presunta y la masacre notoria. La disciplina perversa, la maldad permanente, la injusticia cultivada de las armas, cedieron al fervor místico de mi organización. Cada ficha del "American Graves Registration Service" fue una victoria sobre el olvido deleznable de los hombres. Cada ficha documentó un compromiso vital para abolir las guerras. ¡Pero no valen los compromisos! La bestia del Apocalipsis pasta de nuevo entre las catorce mil doscientas cruces de Romagne-Sous Montfaucon, entre las seis mil doce del cementerio de Ourq, entre las cuatro mil ciento cincuenta y dos de Thiacourt... ¡Porque la gloria que crece a la sombra de los "héroes" es su forraje predilecto!... ¡Qué infamia estimular la vida peligrosa! ¡Qué infamia honrar la pasión heroica de Bayardo y no la prudencia de Fabius Conctatur!... Ustedes ignoran la emoción mayestática de los cementerios de guerra. Los escuadrones de cruces en filas rectas que traspasan el horizonte. La geometría de los sufrimientos repetida en el pizarrón de las noches. La podredumbre tapizada de lirios en un trecho de tiempo... Ustedes ignoran la substancia patética de millones de seres esquematizados en travesaños de mármol o cemento. La lujuria de Marte, que transmigra de siglo en siglo, y aplaca allí su delirio cesáreo. La piedad innumerable que abre sus brazos... para que defequen sarcasmos los cuervos... ¡Porque es así! Yo he visto a Pershing y a Foch pasar revista a mi ejército yacente, guiando a las "Gold Star Mothers". ¡Qué recuerdo asqueroso! Ni ternura ni respeto: orgullo. Jefes supremos de la hecatombe, parecían recabar una venia póstuma a sus propias víctimas. Y, al seguir en desacato las cruces demacradas, la inquina se desviaba en elogios hacia el aliño de los túmulos y hacia la belleza bélica de los memorials... ¡Bambolla! Me consta que con tales pamplinas, los mismos que hicieron la guerra tienden a hacer desaparecer sus huellas. Pero es infame que las madres encubran sus planes, compradas por la baratija de las condecoraciones. Que marchen a su vera, bobaliconas, olvidando la realidad de sus hijos disuelta en roña y putrefacción. Y aún que añoren -¡oh, su nacionalismo menopáusico!- una juventud apta para parir nueva carne de cañón. Las madres son todavía unas pobres infelices. No debieran embarazarse nunca. Cuando cierren en lockout genésico todas las vaginas del mundo, entonces la humanidad torcerá el curso fatal de su régimen. ¡No es justo que se fecunden con la proterca simiente de Nabucodonosor y Alejandro en esta época de pedigree hasta en la avena!... Muchedumbres exultantes de patriotismo. Prados de verdor esmaltado. ¡Indignos camouflages! Los fabricantes de armamentos -Maxim, Vickers, Armstrong- cuidan así sus negocios. Ellos fueron los primeros en borrar las escarpaturas del crimen de la cáscara de la teirra y de la pulpa de la conciencia. Y ordenaron arar, arar, arar... La natura miente, los vientres mienten, los cerebros mienten. Todas sus galas: paz, trabajo, armonía, serán presas de su voluptuosidad de exterminio. Yo he oído su felonía. ¡Yo! Fue en Chateau-Tierry, en la célebre "Colina 204", osario prominente de treinta mil muchachos de las fuerzas norteamericanas. Allí, desde el templete que conmmeora el holocausto, ellos, los directores de los consorcios Bethlehem Steel Building Company y Creusot Schneider, repitieron la fábula del amor a la patria y de la grandeza del sacrificio. Mientras tanto, subrepticiamente, sus agentes vendían armas al enemigo probable y monopolizaban en tratados la exclusividad de fabricarlas... Primero la industria; después lo demás... Y siguen así la obra fementida de decorar el yermo y condecorar los pechos...
¡Camouflages! El alma de La Fontaine, que rondaba ese lugar antaño predilecto, lanzó su moraleja, Y mi ejército yacente, de mandíbulas irónicas, la estrujó para sí a lo largo de las trincheras tapadas... ¡Trincheras! ¡No man´s land! Cuevas de fantasmas. Tierra de nadie. Horror, hambre y úlceras. ¡No man's land! Fragmento de infierno. Piojos, asfixia y escorbuto. Conozco tu honda tragedia de zapas y escombros. De miedos ateridos y locuras instantáneas. Yo te he urgido y me has contestado. Sabías que era entonces un funcionario de la tristeza. Sabías que odiaba la inútilperformance del honor. Sabías que vagaba solitario por las sombras de tu predio, buscando, buscando siempre. Y me contestaste: "-¡Aquí están! ¡alzalos! ¡Injértalos en la memoria de los hombres! ¡Compútalos en los balances del mundo!" Los he alzado. Ya están sepultos. Mas no como y o quería, en la vulva de sus madres y en la jeta de la civilización, sino en un vergel ficticio, flanqueados de dos banderitas de percal... No es mía la culpa. Mi espejo se rompió de espanto. ¡Qué imágenes escuchimizadas! ¡Espectros, no individuos! Sin embargo, he aquí sus fichas. Todo prolijo, todo correcto. Pero ¡cómo galvanizar sus nervios podridos y sus almas exangües! No es mía la culpa. ¡Mírame! Soy el mismo estratega macabro. El mismo funcionario de la tristeza. El mismo Estadígrafo que puso en el número de las cruces, en el orden metódico de la muerte, todos los coeficientes de la solidaridad humana. ¡Mírame, tierra de nadie: soy Op Oloop!

Op Oloop, Juan Fillioy, Paidós, Buenos Aires, 1967. Pps 152 - 156

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