miércoles, 7 de septiembre de 2016

[feed] [cinematógrafo] la cárcel del formato en el terror / sobre Stranger Things y It Follows



Stranger Things (Matt y Ross Duffer, 2016) e It Follows (David Robert Mitchell, 2015)

Con pocos días de diferencia vi la serie de Netflix y la película, digamos que por casualidad.

Además de los explícitos homenajes mencionados ya en todos lados, creo que habría que considerar un poco más la influencia de Kubrick, sobre todo el de los 70' y 80', con los planos simétricos y colores opacos. La emulación de la música de Carpenter (más en la serie que en la película) funciona cada día mejor (como entendió también Gaspar Noe, en Love).


Por un lado, un film de terror que sigue viejas y honestas reglas: representa una amenaza con características claras y límites a explorar. Los personajes se turnan para elaborar hipótesis de guerra y deseo. Por la configuración específica del monstruo, era imposible darle un final a la película (como pasa con Freddy, por ejemplo), así que tomaron una decisión más o menos sabia al respecto, con el margen obligatorio de ambigüedad, que permite cerrar en un ciclo inteligente y bello de hora y media.
Bello no, bellísimo. "Quita la respiración", como dicen los americanos, la belleza de las tomas y de los cuerpos.




El contorno desbordado de joven vulnerabilidad de una Maika Monroe de 23 años se sobreimprime a planos horizontales que se extienden o despliegan o se mueven hacia sus costados, separados por tomas congeladas, siniestramente simétricas (las "kubrickeanas" que mencioné más arriba). 



Por otro lado, la serie descongela el recetario de la máquina de terror de hollywood de los ochenta y los pone a andar en una doble articulación triádica que se corresponde con tres consumidores ideales: niños, teens y adultos. A cada target se le ofrece una historia correspondiente: los niños sufren el bullying y consumen juegos de rol y fantasía, los adolescentes sufren el bullying y consumen sexo y moral, y los adultos sufren el bullying y consumen sub-empleo y angustia existencial. El mayor misterio es entender si se trató de una valiente liberación del recetario, que indica elegir un público particular y dirigirle todos los esfuerzos. O si, por el contrario, la cobardía máxima decidió a los guionistas y productores a disparar con munición de varios calibres, para asegurar la presa. Lo cierto es que cada núcleo de historias es más o menos autónomo de las demás, y si se cruzan es más por llenar el cuadro que por necesidad (o utilidad) argumental. Los cuerpos en exposición son aún más jóvenes: Natalia Dyer no llega a los 20 años. Joe Kerry y Charlie Heaton tienen entre 22 y 25. De todos modos la moralina que recae sobre sus sexualidades es digna del homenaje ochentoso, el único que tiene algo de libertad es el galán maduro, David Harbour.



En ambos casos el producto se vende por la estética. El guión es pobre en It Follows, e inexistente en Stranger Things. En el primer caso, los personajes responden a lógicas estereotipadas. En el segundo, en lugar de personajes lo que hay son encarnaciones de lugares comunes: a partir del segundo episodio, más o menos, todas las escenas son vergonzosas, todas las motivaciones son escandalosamente pueriles, todas las secuencias narrativas están conectadas tan a la fuerza que lo mismo daría que conecten toda la historia con un hilo de casualidades sin más. Desde luego, lo que en la película es un problema más o menos llevadero en virtud de un placer que corre por otro lado, en la serie es una molestia creciente, que te obliga a correr la mirada con pudor en la segunda mitad, y a adelantar escenas si es posible.

Parece que van a hacer otra temporada, que dios se los perdone.

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