(Escribí el siguiente texto para leerlo el viernes 29 de noviembre de 2013 en la onceava edición del Medias & Sombreros. Tengo el capricho de no publicar los cuentos o pequeños ensayos que escribo para el M&S. Me doy ese gustito, tan raro hoy, de transformar esos eventos, aunque sea por una tontería así, en algo único, irrepetible. Sin embargo voy a hacer una excepción a pedido de dos amigos que, supongo, habrán encontrado el ensayo tan erróneo que necesitan corregirme. A Canta y el Octavo, entonces, dedico esta versión)
1.
Me pidieron que lea algo sobre mis alumnos y me desafiaron a leer un fragmento de los juegos del hambre. Voy a hacer las dos cosas, y también voy a hablar de Ricardo Fort.
2.
Odio profundamente a Facebook. Más adelante volveremos sobre esto.
3.
Los tres libros que conforman Hunger Games cuentan una historia que sucede en un mundo post-apocalíptico. Desastres ambientales en un futuro probable han obligado a la humanidad a reconstruir la civilización bajo formas políticas primitivas. Una tiranía tecnológica que reproduce gestos y gustos del imperio romano. Por ejemplo el Coliseo. En reemplazo de Estados Unidos (hasta donde se sabe, todo lo que queda) hay un capitolio y doce distritos. Cada distrito está obligado a enviar las víctimas que sortea entre sus niños de doce a dieciocho años. Todo se televisa y se pone en escena con entrevistas, montajes, acting, músicas de fondo, decorados… La idea es bastante simple: el espectáculo moderno sustituye al circo de gladiadores en su colaboración con el totalitarismo y la tiranía. Así, pues, se conformaría el fascismo del futuro.