martes, 30 de abril de 2019

[feed] Mis amigos, los poetas.


Imagen



Arraigada, Pablo (2014) El mundo. Buenos Aires, A pasitos del fin de este mundo.
Arraigada, Pablo (2016) El vacío. Buenos Aires, A pasitos del fin de este mundo.
Virgilio, Lautaro (2018) Cerrar el puño. Buenos Aires, Alto pogo.


Qué difícil se me hace reseñar poesía, lo intenté hace mucho tiempo con Eze Vila y, a pesar de intentar darle un toque personal, me sentí siempre repitiendo fórmulas. Quisiera empezar por el afecto con el que mis amigos me autografían sus libros, la paciencia con la que Pablo aguanta que le pregunte por tercera vez cuáles idiomas sabe hablar y el orgullo que me da que Lautaro me muestre lo que piensa publicar.

La última vez que mencioné dos amigos poetas, resultó que no se querían entre ellxs. Fue divertido. para mí. No sé qué pensarán estos dos el uno del otro, tan distintos. Pablo es un colega de mi edad (imposible de no relacionar con Luis Mey por el jugo que le ha sacado a su experiencia laboral), que me cruzo en pasillos y ferias y que, como yo, vive con pasión el propio deterioro. Lautaro más joven y gaseoso que nosotros -los líquidos- amante de discutir de cine y de fútbol, al mismo tiempo, a las seis de la mañana. Ambos dos generosos en el abrazo.

Los estilos líricos no pueden ser más diferentes. Lautaro construye un minimalismo ascético, se nota un trabajo de composición por medio de la sustracción, como los escultores quiero decir. Pablo pareciera estar embarazado de diccionarios, que derrama incontinente sobre el blanco como una cascada voluptuosa (perdón). Donde uno daña por omisión el otro acribilla -insistiré con las metáforas fálicas, para homenajearlo- y cose la página a palabras. El juego propio de Lautaro es el del margen, el juego de la civilización barbarizada. O mejor, el juego de la negación de la frontera, de la habitación del margen. En concreto: la villa desimaginada, más allá de la pesadilla burguesa, y propuesta desde sus límites como una continuidad no diferenciada de la experiencia urbana (por cierto, en esto Lautaro también se parece a Mey). El juego de Pablo es la renovación del poeta maldito más allá de las burlas de Emilio Renzi cuando oía hablar de las "literaturas del yo". Los poemas de Pablo, sembrados de aliteraciones y anáforas, confluyen -en una variación inadmisible- en un estilo sumamente popular. Pero al mismo tiempo presenta construcciones incómodas y sofisticadas: vulgaridades eruditas, retruécanos bonachones y chanchos, aporías pop. Habla -en su permanente juego de autoreferencialidad desquiciada (en sentido estricto)- de cómo su: "inteligencia mansa y agobiante / adolece de la normalidad reinante" (sin título, p. 85). Plantea una experiencia de vida orientada a la escritura flanqueada por el miedo (Amor (I)), por el dolor de la indiferencia (Llueve) y sobre un esquema de escepticismo apocalíptico (Érase una vez (fragmentos de satanismo light)) contraataca con una especie de humor desastroso (después de muerto quiero reencarnar en Matt Damon): più indietro.

En cuanto a Lautaro, esta antología es tan breve que más que reseñarla quisiera transcribirla, así me siento menos redundante. Diré dos palabras: hay una sensibilidad expuesta, despojada de fantochadas y otras fragilidades masculinas. Frente a un estado de la cuestión de represión tercerizada en biopolíticas identitarias (#14) no se despoja de sus derechos: "lastimar / lastimarme / seguir" (#19) y en ese gemido adolorido da voz a la ley, "su madre___exige___política / y es una lástima / señora / / pero su hijo nació / ___condenado" (#16, también #13) o a la pregunta metafísica frente a la orden de subsistencia (#34) o a la angustia de las herencias (#32). En esto último, en la pregunta por lo que sobrevive en él de aquello de lo que él se desprendió, se ven sus momentos más personales.

No hay comentarios: