martes, 29 de octubre de 2019

[feed] A los jóvenes de ayer. Sobre dos obras de Tirso de Molina


Tirso de Molina: El burlador de Sevilla y El vergonzoso en palacio

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Escritas entre 1611 y 1620, respectivamente. En edición argentina de Hyspamérica (1984) que retoma la de Orbis (1982). Creo que nunca conté por aquí el protocolo de lecturas que tenemos en casa. A menos que tengamos alguna lectura específica agendada por motivos laborales o de cualquier tipo, usamos un software para obtener un número aleatorio (toda la biblioteca está tabulada en un archivo) y el libro que sale hay que leerlo. Si ninguno de los dos quiere leerlo, hay que regalarlo.

Bueno, así la suerte me condujo a estas buenas sorpresas. La de Mairal, más arriba, y esta de Tirso, que habré leído hace unos seis meses.

Hay que ver la escandalosa modernidad de estos autores de comienzos del XVII. La cínica ironía, la profana ocurrencia, la obscenidad y el escepticismo que sorprenden justamente porque aún causan gracia, asombro, voluptuosidad y desazón. El burlador de Sevilla y El vergonzoso en Palacio son lo que hoy llamaríamos dramaturgia en verso. Compuesto para ser representado con simplicidad de medios y con mucha astucia en la flexión de la lengua para hacer coincidir juegos de palabras, rimas e implicaciones. Contemporáneo a Shakespeare, estas obras comparten muchos elementos de sus comedias: enredos y malos entendidos llevados a buen término (esto es: restituciones de honor a menudo bajo la forma del casamiento) luego de confusas, y a veces muy violentas complicaciones en el medio.

La historia del burlador la conocen todos. Es el viejo mito del Don Juan, proveniente del fondo del patriarcado ibérico, bendita tradición que no hemos sabido rechazar. Sin distinción de casta ni estamento (pero ¡¿no es esto lo más escandaloso?!) las seduce con promesas, las acuesta, y se escabulle. Claro que allí en los orígenes de la modernidad, aún apestados del condimento medieval, estos juegos pueden tener, y tienen, consecuencias funestas. La historia se estructura en tres actos con la eficacia del clasicismo, ordenando y ubicando personajes arquetípicos pero (por lo menos a esta distancia) sin producir sensación de acartonamiento. Entonces, por ejemplo, hay rectitud y nobleza de carácter en el personaje Octavio que (como Antonio en El Mercader de Venecia) sirve de contraste para Don Juan, y le da un contrapunto, ya sea verbal, estético o en sus acciones, y con este aparentemente sencillo juego de opuestos, todas las escenas se encadenan y se precipitan hacia su resolución.

El vergonzoso en palacio también es una comedia de errores. Disfraces, nobles por lacayos, algunos caen en desgracia otros recuperan el honor, damiselas escépticas del amor, irónicamente rendidas a la potencia del drama y el corazón, etc.

Insisto: para mí, en todo caso, lo más notable es la insidiosa modernidad de los personajes, en ambas obras. Chistes y ocurrencias que sobrevuelan la blasfemia, que la evitan por elevación. Ambivalencias que parece inaudito encontrar en plena contrarreforma, apenas cien años después de la muerte de Isabel y de las aventuras de Colón. Madalena advierte a Don Dionís: "...no creáis en sueños, / que los sueños, sueños son" (255), Don Juan se ríe de la superstición respecto del día martes: "Mil embusteros y locos / dan en esos disparates. / Sólo aquel llamo mal día, / aciago y detestable, / en que no tengo dineros; / que lo demás es donaire (127). Catalinón cuando, asustado ante un fantasma, es aconsejado por Don Juan: "háblale con cortesía", pregunta: "¿Está bueno? ¿Es buena tierra / la otra vida? ¿Es llano o sierra? / Prémiase allá la poesía? (115). Quiero decir, no es tanto la opinión, fe (o falta de) de un autor, sino la alborotada desfachatez con la que se burlan de -o con- los misterios, el esoterismo, las profecías.

Y sino, en fin, que lo diga Serafina, cuyo improvisado elogio de la comedia surge en medio de la obra y que a mí se me antoja ya directamente renacentista:

¿Qué fiesta o juego se halla,
que no le ofrezcan los versos?
En la comedia, los ojos
¿no se deleitan y ven
mil cosas que hacen que estén
olvidados sus enojos?
La música, ¿no recrea
el oído, y el discreto
no gusta allí del conceto
y la traza que desea?
Para el alegre, ¿no hay risa?
Para el triste, ¿no hay tristeza?
¿para el agudo, agudeza?
Allí el necio, ¿no se avisa?
El ignorante, ¿no sabe?
¿No hay guerra para el valiente,
consejos para el prudente,
y autoridad para el grave?
Moros hay, si quieres moros;
si apetecen tus deseos
torneos, te hacen torneos;
si toros, correrán toros.
¿Quieres ver los epítetos
que de la comedia he hallado?
De la vida es un traslado,
sustento de los discretos,
dama del entendimiento,
de los sentidos banquete
de los gustos ramillete,
esfera del pensamiento,
olvido de los agravios,
manjar de diversos precios,
que mata de hambre a los necios
y satisface a los sabios.
Mira lo que quieres ser
de aquestos dos bandos."
(216)

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