martes, 15 de diciembre de 2015

[cinematógrafo] Жар-птица



Última parte de una saga cuya primera entrega disfruté mucho (Gary Ross, 2012). Seguida por una no tan buena Catching fire (Francis Lawrence, 2013) y luego por la mala Mockingjay – Part 1 (Gary Ross, 2014). Lo primero a destacar de esta entrega es que retoma todo lo que en la anterior faltaba, por la sencilla razón de que el tercer libro (ya de por sí, el peor de los tres) no podía proveer material para dos películas.

 En segundo lugar, creo que nada ha cambiado desde que escribí en esta misma bitácora, algunas breves ideas sueltas sobre Hunger Games:

La idea es bastante simple: el espectáculo moderno sustituye al circo de gladiadores en su colaboración con el totalitarismo y la tiranía. Así, pues, se conformaría el fascismo del futuro (...)

La tesis política de Hunger Games es ingenua, es dialéctica y es leninista.
Es ingenua porque piensa que el espectáculo es tonto, el poder es simple y el capitalismo es inocente, accesorio. 
Es dialéctica porque propone que del espectáculo (y sólo del espectáculo) nacerá su propia destrucción, su negación y su superación. La aventura de Katniss Everdeen es posible porque aprende las reglas de juego. Literalmente, sobrevive porque juega el juego del espectáculo. Esto es evidente y explícito en los libros y en las películas.
Es leninista, por último, porque a pesar de que la negación surge del momento positivo del espectáculo, una vez que ese momento ha llegado, hay que parirla, hay que hacerla existir. El final de la segunda película es el momento bolchevique por antonomasia, las tesis de abril, la independencia de clase, la delimitación del partido. El momento ha llegado, se rompe con el aliado provisorio para acabar con el enemigo, para la embestida final. 
Al margen de sus ingenuidades políticas, hay otra tesis, más tímida, más elegante, infinitamente más moderna. Es la tesis de la mentira. Y ahora voy a leer un fragmento de los juegos del hambre. Y recuerden: Odio profundamente a Facebook.
“Durante la rebelión, el Capitolio creó una serie de animales modificados genéticamente y los utilizó como armas; el término común para denominarlos era mutaciones, o mutos, para abreviar. Uno de ellos era un pájaro especial llamado charlajo que tenía la habilidad de memorizar y repetir conversaciones humanas completas. Eran unas aves mensajeras, todas ellas machos, que se soltaron en las regiones en las que se escondían los enemigos del Capitolio. Los pájaros recogían las palabras y volvían a sus bases para que las grabaran. Los distritos tardaron un tiempo en darse cuenta de lo que pasaba, de cómo estaban transmitiendo sus conversaciones privadas, pero, cuando lo hicieron, como es natural, los rebeldes lo utilizaron para contarle al Capitolio miles de mentiras, así que el truco se volvió en su contra. Por esa razón cerraron las bases y abandonaron los pájaros para que muriesen en los bosques.” 
Termino la historia yo: Los pájaros-mutos no murieron, sino que se cruzaron con pájaros normales y se volvieron un instrumento de arte y de utilidad para los distritos. Y un símbolo humillante para el poder del capitolio.

Queda -quedará- sin resolver el enigma del punto exacto, el límite, la frontera precavida. Última cita. Después de ganar los juegos del hambre, Katniss se pregunta acerca del romance, del amor que tuvo que actuar para ganar la simpatía del público.
“No sé qué hice como parte de los juegos, qué hice por odio al Capitolio, qué hice para que lo vieran en el Distrito 12, qué hice porque era lo correcto y qué hice porque este chico me importa.”
El chico, Peeta, lo tiene más claro: para ganar, él fingió su amor por ella, sin que eso impidiese que, al mismo tiempo estuviera enamorado de ella. Peeta actuó de sí mismo. Ha fingido lo que siente y lo seguirá haciendo hasta el final.

Ella todavía no se decide, no sabe si ha fingido algo falso o ha fingido algo real. Sólo sabe que ha fingido. Ve las imágenes que proyectan de su pasado reciente, y no se reconoce, es como si fuera otra[2]. A través de la pantalla todos somos otras personas, aunque esas personas finjan ser nosotros.
[2] Benjamin: “En el film el hombre no reconoce su propio andar, en el gramófono no reconoce su propia voz” (“La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, 1936)

Las hipótesis generales y el sostén argumental del tercer libro se han respetado y se han representado bien. Y el defecto principal de Suzanne Collins también se ha respetado y representado bien: se trata de la premisa de que se puede escribir una crónica revolucionaria manteniendo las estrategias narrativas de una distopía. Relevar la crisis de un orden es un proceso con sus propios requisitos. Basta con enfrentarse a La revolución Rusa (1930), de Trotsky, y compararla con cualquier otro relato para verificar la diferencia. Dar cuenta de un proceso revolucionario es complejísimo, y si no se lleva a cabo con meticulosidad y celo, el resultado es un relato pueril, justamente allí donde no se espera lo pueril. En cambio, la distopía soporta toda simplificación, y aún más: en buena medida es una premisa del género (¿qué Huxley, que Burguess, que Orwell soportaría una lectura estricta de su verosímil en clave realista?). Para nombrar sólo lo más burdo: ¿en qué mente militar cabe llevar a cabo un ataque violento sufriendo una trágica cantidad de bajas, tanto al depósito de municiones,como al propio Capitolio, cuando ya se controlan todas las fuentes de alimentos y energía y hasta se han aislado las fuentes de armamento? El sitio se inventó estrictamente para estos casos, y no hay motivo alguno para no preferir cercar el capitolio y esperar la rendición de un grupo humano sin fuerza de trabajo, sin carbón, sin carne, etc. Si a un nivel tan grosero se cometen imprudencias ¿qué no sucederá a la hora de explicar las dinámicas de alianzas y traiciones, de clases y de otro tipo, que definen y determinan el curso de todo proceso social, y con mayor razón de toda revolución? Sencillamente no hay forma, y ese (y no otro) es el motivo por el cual el tercer libro, y las películas respectivas fallan.

Como mérito de la adaptación, sí cabe destacar una virtud, que es la de haber transformado la última aventura de Katniss y los campeones a través del Capitolio en un tercer éxtasis espectacular (en unos terceros "juegos del hambre"). En la versión de Collins, según recuerdo, el recorrido por el Capitolio no se percibía como un tercer evento espectacular, sino como una sencilla aventura, o una crónica bélica. Por otro lado, y a la inversa, los mutos que aparecen en las alcantarillas son más monstruosos y complejos (y más interesantes) en la novela. Eso se pierde en el film, pero al mismo tiempo no logro imaginar una manera de no perderlo (lo mismo que todo lo que concierne a las flores/olor/Snow).

PSH, Harrelson y Sutherland, impecables como siempre. El resto, la neutralidad misma estándar de Hollywood, con la excepción de Sam Claflin (Finnick Odair) que parece tener potencial. Jenny me sigue gustando como el primer día, creo que da con justicia en la tecla de Katniss. Sospecho que a quien no le guste Lawrence en la película, es porque sencillamente no le gusta la Katniss de Collins. 

Escuché muchas quejas por el final de la película, que no entiendo. Y hasta donde recuerdo, además, es rigurosamente fiel a la novela (con la excepción de que creo recordar que Coin estaba en una especie de galpón, muy por encima de Snow y Katniss, y al costado). Pero la preferencia por los planos simétricos y por el encabalgamiento de signos que caracteriza a Hollywood puso las cosas a media distancia y en línea recta. Quitado eso, sospecho algo similar a lo dicho más arriba: a quien no le guste el final de Sinsajo parte 2, es probablemente porque no le gusta el final del libro de Collins.

No hay comentarios: