miércoles, 11 de marzo de 2020

[feed] Pasos de vida. Sobre Le lectura: una vida... de Daniel Link


Actualizando y ordenando el archivo, me encuentro con reseñas y breves comentarios y artículos que compartí o publiqué en algún medio y que nunca copié para este blog. En este caso una reseña para el #19-20 de la revista Instantes y Azares (primavera-otoño 2017).

Daniel Link, La lectura: una vida… Buenos Aires, Ampersand, 2017, 213 pp

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Dirigida por Graciela Batticuore, la colección Lector&s que la editorial Ampersand comenzó a publicar este año (y que se inició con sendos volúmenes de Noe Jitrik y José Emilio Burucúa) propone a los autores la construcción de ensayos híbridos, entre la reflexión y la autobiografía. Aguas en las que Daniel Link se siente cómodo: tal como se reseñó en el anterior número 15-16 de esta revista, (231 y ss.), el dispositivo de enunciación Link está conformado por distintas dimensiones que ya no corresponde llamar “íntimas” o “personales” aunque se sostengan desde un plano de consistencia en el que se vuelve imposible distinguir entre Link auctor, persona, scriptor y scribens.

Con la astucia de las escrituras del yo que construyen al mismo tiempo su enunciado y enunciación (Sarmiento en sus Recuerdos de Provincia, por ejemplo) desfilan escenas iniciáticas de lectura que ya prefiguran al intelectual que las recuerda (la primera lectura del Principito que remite a las célebres clases que dictará cuarenta años después en sus cursos de Literatura del siglo XX en la UBA). Sobre el final, otra astucia milenaria (desde Julio César hasta Coetzee): la de investir al texto de la tercera persona y del presente del indicativo.

Separado en capítulos que solo en apariencia responden a un ordenamiento cronológico (los primeros años, la escuela, el profesorado, etc) Link reconstruye un itinerario vital e intelectual, en una especie de juego doble helicoidal, si aceptamos la metáfora de una suerte de ADN intelectual: por un lado las experiencias y los afectos, los sentimientos y las pasiones, por otro lado las ideas y las asociaciones conceptuales, la sucesión de marcos teóricos (el estructuralismo, los estudios culturales, la filología), excepto que la distinción entre una y otra línea se borronea en cada capítulo: los profesores y las teorías, los amigos y las lecturas, los amores y las discusiones ideológicas, en cada giro se distinguen para des-diferenciarse. A esto llama Link “pasos de vida”. Un agenciamiento (de Pezzoni, de El orden del discurso, del Instituto de Filología) que es siempre experimentado, teorizado y teorizante (pues produce nuevos agenciamientos). Sabemos que el trasfondo, desde su último libro, es una propuesta rigurosamente ética. Por eso toda lectura, toda elección de amistad, todo estudio, en fin: todo paso de vida, es narrado (experimentado) como parte de una política de afiliaciones que va definiendo(se) una ética vital e intelectual. Por supuesto, el modelo aquí es el de Walsh, cuyos enunciados nos acechan hoy sin dejarnos en paz. La máquina Walsh, leída, construida o agenciada por la máquina Link, funciona como arquetipo, como un gesto a continuar. El lector se encontrará con un imperativo: el gesto intelectual walshiano no es una “pose congelada en el pasado” sino “instrucciones que deberíamos intentar seguir” (124, 125). El plural de la primera persona indica con claridad la serie en la que Link quiere ser incluido. Pero la importancia de Walsh en la vida (recordemos que Link fue el encargado de editar su obra, sus papeles, sus diarios) y en las ideas desplegadas en La lectura: una vida… está relacionada también con esa doble helicoidal ambigua o desdiferenciada: “la grandeza de Walsh –escribe Link- se mide precisamente en el modo en que se mantuvo en equilibrio en ese borde del infierno, en su incapacidad (…) sostenida, una vez más, con tesón de maniático, para separar literatura, política y trabajo cotidiano”. Incapacidad de separar vida, trabajo y literatura. Incapacidad curiosa, activa, que hay que sostener, que cuesta mantener. A esto mismo se ha referido Link muchas veces al hablar de voluntad de inoperancia y desobra. El gesto intelectual de Link, se deja leer en este libro, es el de Walsh pero también el de las vanguardias: la utopía de eliminar la separación entre vida y arte, la creación de un arte objetivo a partir del azar. 

No hay fragmento de la Obra de Link (si nos perdona que lo transformemos momentáneamente en un Autor) que no encuentre eco en (o se haga eco de) La lectura: una vida… Desde los Literator hasta Fantasmas, desde Linkillo (su blog) hasta Cómo se lee, desde sus lecturas de Walsh hasta sus lecturas de Copi (los dos polos entre los que le gusta imaginar su obra) el lector que haya fichado las propuestas de Link a lo largo de sus libros, las reencontrará en esta oportunidad, pero ahora organizadas según la estrategia que se mencionó más arriba y que ya se había experimentado parcialmente en Suturas. Por eso también se nos recuerda que es “genial” el texto en que Borges reivindica la tesis de Eliot acerca de “la influencia del presente sobre el pasado” (142).

Es interesante, en ese sentido, asistir a una suerte de galería en la que un dispositivo de enunciación se vuelve a medir con (y contra) las partes con las que aún puede hacer una máquina. Por ejemplo, en el capítulo 8 “El ciclo básico común. Leopoldo Sosa Pujato, Elvira Arnaux”. Aparecen allí reelaborados los aparatos de lectura que Link desarrolló a partir de los seminarios de Lacan: la capacidad y la disciplina para establecer series de sentido a partir del azar puro (la experiencia), los métodos de la paranoia controlada, en fin, este puente Dalí-Foucault-Lacan tan caro a la máquina Link, que elaboró a mediados de los años noventa, pero que, como vemos, nunca abandonará, aunque los reconstruya hoy como “pasos de vida”.




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